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Colaboración

La desaparición de una saga

Reflexión de Mafersa, ingeniero técnico industrial

MAFERSA Sábado, 10 de Junio de 2023 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 10 de Junio de 2023 a las 19:05:15 horas

El pasado febrero tuvo lugar el sepelio de mi tía María, esposa que fue de mi tío Miguel, de los Sarmiento de Tejeda, cuya última morada se encontraba rodeada de almendros, bajo los majestuosos riscales de Ayacata, en la cumbre y corazón de nuestra isla de Gran Canaria.

 

Con ella se pone punto y final a una saga, una saga de mujeres y hombres muy trabajadores, muy luchadores que fueron, para, con unos mínimos medios, muchos sacrificios y con la ayuda de las cosechas de sus escasas tierras y la leche que proporcionaban sus cabras, conseguían alimentarse y dar de comer a sus hijos los ricos y saludables potajes, ayudados del queso como “conduto”.

 

Un emotivo recuerdo para todos ellos, tíos y tías, así como para sus esposas y esposos, algunos de ellos pasaron del centenar de años, una larga vida que hoy se ha convertido en una gran familia de hijos, sobrinos, nietos y biznietos. Con escasa instrucción académica, salvo excepciones, pero licenciados en la Universidad de la Vida, mis tíos tuvieron que comenzar a trabajar siendo niños, para poder colaborar en el mantenimiento de sus familias, lo que no era extraordinario, pues es lo que se hacía habitualmente en aquellos tiempos de escasez. Sólo algunos pudieron tener una formación reglada mientras a otros comenzaban a formárseles callos en las palmas de sus jóvenes manos.

 

No me gustaría hacer agravios comparativos, y narrar algunos de los oficios de algunos de mis tíos, mientras que no menciono los de otros, pero son muchos mis tíos y tías, y poco espacio para escribir. Mi tío José fue arriero, tenía cuatro o cinco “bestias” como les llamaba él, yeguas, burros y o mulas. Cargaba parte de la mercancía cuyo transporte le encargaban, en La Culata, barrio de Tejeda, pues allí vivía, justo enfrente del caserío donde nació, “La Peña” prácticamente a la sombra del majestuoso y señorial Roque Nublo. Luego completaba la carga en el pueblo, emprendiendo viaje hacia la cumbre, que atravesaba hasta llegar a San Mateo, donde dejaba parte de la carga, y continuaba su viaje hasta Las Palmas, que así se llamaba en aquella época, sin el Gran Canaria, como conocemos ahora o hasta el puerto de la Luz. Una vez entregada toda la mercancía, emprendía la vuelta por el mismo camino.

 

Mi tío Cristóbal fue guardia jurado, controlaba la caza y las licencias de los cazadores. Mi tío Manuel fue Guardia Municipal del pueblo. Mi madre, Celia, se vino a estudiar a la Capital y, con el tiempo, fundó y dirigió el Colegio Academia San José, en el populoso barrio capitalino del que tomó su nombre. De aquellos tíos y tías, la mayoría de escasa formación académica, surgieron hijos, nietos y biznietos maestros e ingenieros, licenciados, médicos, doctores, y catedráticos universitarios, y oficios varios.

 

A toda esta saga desaparecida le honramos y agradecemos todos los sacrificios realizados para criar a sus hijos, y, que, si pudieran ver en que gran familia hemos ido evolucionando estarían orgullosos. Mientras estén en nuestra memoria, mientras hablemos de ellos, mientras les dediquemos una oración, conservemos sus fotografías y algún recuerdo, no morirán. Gracias, gracias y muchas gracias. Dios los tenga en su Gloria. 

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