Black Queen estaba en la barra de aquel oscuro local, negro como su piel, pegajoso como su aromático sudor, inhalando los lamentos de todos los que se acercaban hasta ella; para compadecerlos a cambio de una sustanciosa porción del pastel del rey de lo mundano, de su único amor verdadero: Don Dinero. Rey sin trono, ni palacio físico y, además, destronador, por mero capricho, de todos aquellos que no le rinden pleitesía a sus variopintas y multicolores vestimentas; pues no distingue de raza, sexo, condición social o política cuando lleva a cabo una transacción sustancial o inocente. Dragón de mil rostros que ayudaba a su más preciada esclava sexual a medir a cualquier mortal, hombre o mujer, utilizando una etérea vara de medir calibradora de la infidelidad, perversión, irreverencia y lascivia. Vara cruel regaladora de injustos latigazos de incomprensión que compraba a quien dice no tener precio y luego lo vende al mejor postor.
—¡Cuéntame tus penas amor! —Contoneó su esbelta figura para engatusarlo, excitando sus sentidos según resaltaba las curvas de su perfecto cuerpo, cegando su visión con la transparencia de su sedoso vestido que mordía los grandes y puntiagudos, pezones de sus exuberantes, sensuales y anchos pechos.
—¡Las que tú quieras, cariño! —Aceptó el juego, sin basilar, cuando levantó de la barra la copa servida por el camarero a petición de la Black Queen— ¿A cambio de cuánto? —Apretó la fría copa contra la comisura de sus ásperos labios, bebiendo del cuenco de los pensamientos lujuriosos, eróticos, deseando una rápida respuesta de aquella hembra de perfecta figura.
—Tú solo háblame, ya llegaremos a eso más tarde —restó importancia a lo que realmente le importaba, para sumar en vez de restar en su cuenta de resultados.
El trago a pulso de aquella copa sostenida selló que aquel desheredado de la vida que compraba el placer, el tiempo, estaba perdido.
The black Queen como así la apodaban los que la conocían, se acercó a él aún más; pero su nuevo cliente no se inmutó porque esperaba su bebida para seguir adelante en su delirio y justo cuando lo abrasaba, cuando rozaba su cuerpo con sus enormes pechos, conocedora de su oficio, sugirió:
—Subamos a mi habitación. Allí tendremos intimidad —instante aprovechado por su compinche en la barra para verter en la copa de su cliente un polvo blanco que al diluirse en la alcohólica sustancia se volvió incoloro e insípido.
—Sí, subamos —se tragó de un golpe lo que desde hacía algunos años lo mataba poco a poco, lo que había conseguido apartarlo de su amada mujer, de sus tan queridos hijos: del raciocinio. Sin importarle su destino; pues día a día buscaba la muerte entre copa y copa, de bar en bar, ahogado en la oscuridad de la decadencia.
—Entra y ponte cómodo… Cariño —sonó turbio, pegajoso, sucio.
Él siguió adelante, tambaleándose, con el corazón latiéndole a más velocidad de la permitida por la avenida del delirio, y dejó caer su cuerpo de espaldas sobre aquella trillada cama. Momento en el cual ella comenzó su baile dejando caer también su vestido; pero poco a poco, descubriéndole lo que había imaginado, una belleza femenina brutal, nunca vista, ni paladeada; instante en el cual sintió un agudo dolor en el pecho, el somnífero había hecho su trabajo; pero con un cuerpo dañado había ido un poco más allá.
—¿Qué ocurre? —entró el astuto camarero en la habitación acudiendo a la tranquila llamada de su protegida, de su amante.
—Se ha muerto —informó sin inmutarse, sin importarle aquel desgraciado.
Cincelando la paciencia y acuñando la máxima discreción sacaron el cuerpo de su lugar de trabajo y lo dejaron en el callejón trasero de aquel escondido lugar, con la copa usada por el muerto en su mano izquierda, con la botella de la cual había bebido en la derecha y con un paquete de somníferos justo a su lado.
The black Queen of New Orleans, volvió a ocupar su puesto en la barra, a esperar un nuevo cliente, alguien que busque su perdición y cuentan que aunque pasado los años, ajada su belleza por el corrosivo oxigeno y la bebida aún mantiene su estilo, su arte en la barra, logrando perturbar a cuantos desheredados pasan por aquel lugar del tiempo.
Frase: Cualquier tipo de adicción te lleva a la autodestrucción.
Medita.
Nota del autor: Cuento y frase inspiradas en el dibujo.
























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