El pescador y la paciencia.
Juan al que todos en la isla apodaban, “El Cansado”: Por su lento caminar, por su mirada serena y por su hablar pausado, era un gran aficionado a la pesca. Herencia que recibiera de su padre, apodado “C´acerrín” y éste alto y testarudo carpintero, que tuvo la suerte de casarse con María, la hija del guagüero del barrio, recibió esta herencia de su progenitor, apodado “Mastro Anzuelo”.
Un herrero que, entre otras, en su vieja fragua, se fabricaba unos anzuelos con una aleación especial, que nunca descubrió a nadie, tan solo por cabezonería, a los que clavaba trocitos de gambas que había macerado en un mejunje secreto, días antes, dentro de un cacharro de la misma aleación que la del anzuelo y con los que sacaba, cada vez que iba de pesca, unos hermosos peces de tamaño insólito.
Todo lo contrario a su nieto, ya que “El Cansado” cada vez que lanzaba el anzuelo, confiando en su mimada carnaza, simplemente lograba sacar del líquido elemento frustración y algún que otro pescado descuidado de minúsculas dimensiones y mira que había cambiado muchas veces de zona y de cebo; pero nada de nada, siempre más de lo mismo, por eso cada vez que daba por concluido su tiempo dedicado a su afición se preparaba, mentalmente, para su regreso a casa: Él sabía el motivo. Sí, lo sabía muy bien.
—¿Mucha pesca hoy, Juan? —Subrayó la sonrisa burlona de Pedro “El Taita”. Mofa ataviada de gaseoso acento cada vez que veía venir a su vecino de regreso de su jornada de pesca. Joven pescadero de la calle San Urbano donde vivía “El Cansado”, y nieto de Tomás “El Jorobado”, mafioso el cual hizo fortuna con alguna que otra bolsita de polvo blanco camuflada dentro del género que vendía a cierta selecta clientela, personajes temidos por todos en la calle San Urbano menos por él, a los que, además, se negaba a comprarle pescado congelado por, simple, amor propio.
—¡No se dejan, Pedro! —Su mirada esquiva denotaba su fracaso diario, pero éste no arañaba su determinación; porque a ésta la bruñía con mucha paciencia: Cualidad heredada de su abuelo. —No se dejan —Reafirmó pensando en que algún día la rueda de la fortuna le sonreiría.
Pero un martes, por la mañana, en su taller de reparaciones eléctricas, antes carpintería de su padre y antes de carpintería la fragua de su abuelo, mientras buscaba la avería en una vieja lavadora con su competente polímetro tuvo la mala suerte de que éste se le callera al suelo y se le rompiese.
—¡Valla hombre! —No aderezó su lamento con astillas mal sonantes; pues él sabía que si perdía los nervios la avería que buscaba se perdería ante la bruma que éstos levantarían ante sus ojos. Por eso, revestido de paciencia, su armadura diaria ante la adversidad, comenzó por todo el taller la búsqueda de un básico polímetro que en muchas ocasiones le salvó de más de un apuro y buscando, buscando, lo encontró dentro de un viejo cajón de madera el cual no sabía si perteneció: a su padre o a su abuelo y para sacarlo de donde permanecía escondido, cogió un destornillador, con él forzó la cerradura, y cual no fue su sorpresa cuando al abrir el cajón se topó de frente con el afamado cacharro de su abuelo lleno de anzuelos y junto a éstos una vieja libreta negra, envuelta en un pañuelo de algodón, que guardaba, únicamente, el secreto del viejo mejunje con el que “Mastro Anzuelo” maceraba las gambas que utilizaba como cebo.
—¡Ahora sí! —Fue lo único exhalado al viento.
Llegado el sábado “El Cansado” bajó calle abajo en dirección a su lugar de pesca favorito, a eso de las siete de la mañana, justo en el momento en el que Pedro abría la pescadería.
—¡Adiós, Juan! Espero se te dé el día hoy bien —la sonrisa burlona de Pedro, “El Taita”, volvió a subrayar la mofa con sutil acento; pero está vez, no como las otras anteriores, no acertó en la diana donde pretendía clavarla.
—¡Así lo espero! —Se despidió sabiendo que tenía un as en la manga.
Llegado a al lugar de pesca escogido “El Cansado” extendió sus cosas por la acera y lo preparó todo para lanzar lo más lejos posible uno de los anzuelos de su abuelo con el cebo preparado con su receta.
—¡Va por ti abuelo! —Irradió en el mar un haz de esperanza y éste le respondió al cabo de unos minutos con un fuerte golpe de su caña—. ¡La madre que me parió! Como tira este condenado —Tiraba de la caña y recogía hilo rápidamente con el carrete. Así una y otra vez, durante más de cinco minutos, hasta que ante él apareció una dorada de más de veinte quilos de peso. Un astuto pescado que se había estado burlando de él y de otros pescadores desde el primer día que cogiera una caña en sus manos.
La felicidad alcanzada por aquella captura fue el pago a tanto tiempo de espera y resignación, por eso “El Cansado” se arropó con ella y envuelto en su aroma, recogió sus cosas y su pesca, premio merecidísimo por su paciencia.
—¡Bueno, vamos “P´a ya”! —No pudo evitar, era lógico, dispersar un resoplido de satisfacción mientras recogía—. Va por ti “Mastro Anzuelo” —Agarró la pesada dorada por las agallas, la levantó del suelo y emprendió el regreso a casa.
—¡Ya viene ese fracasado! —Pedro, “El Taita”, se acercó a la puerta para ver acercarse a Juan; pero al distinguir lo que éste sostenía en su mano derecha se quedó petrificado.
—¡Hola Pedro! —Esta vez la sonrisa fue esbozada por el pescador.
—“Joder”, Juan si no te conociera diría que en vez de ir a pescar te fuiste a la plaza a comprar esta hermosa dorada —no pudo evitar su naturaleza. A lo que su interlocutor le contestó:
—¡Hijo, eso es lo que deberías hacer Tú! Pero para comprar pescado fresco y no congelado... ¡Con Dios! —Se despidió lleno de serenidad y seguido siguió su camino macerando su ganancia.
Y a partir de entonces, cada vez que iba de pesca, solía volver con dos o tres piezas de las cuales regalaba alguna al pescadero que con el tiempo fue su mayor defensor.
Pensamiento: La paciencia es la expresión artística de los inteligentes.
Medita.
Nota de autor: Cuento y frase inspirados en el dibujo.
























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