Ana festejaba sobre los anchos y robustos hombros de su padre, un soleado día de verano, su fiesta de cumpleaños, diez añitos ya, haciendo volar una cometa que simbolizaba la tan nombrada palabra pronunciada por su progenitor una y otra vez: Libertad.
— ¿A dónde vas Ana? —Interrogó, desconcertado, el padre, cuando después de dejarla sobre la piel de arena de aquel mar de dunas playeras ésta salió corriendo hacia los brazos de su madre que junto a un grupo de mujeres, de distintas edades, también celebraban el cumpleaños, pero apartadas de los hombres de su comunidad.
— Mamá ya está aquí, que ya está aquí. Sí, sí, que ya está aquí —se abrazó, con fuerza, a Zulem, su madre, rodeada del resto de mujeres.
Pero aquel apoyo emocional no sirvió para nada, ni en el tiempo, ni en el tan "ejemplar" primer mundo donde habían emigrado hacía más de dos décadas, no, no sirvió porque la tradición pudo más, incluso, que las leyes del país de acogida.
— ¡Qué tengas buen viaje, hija! —Se despidió su "padre", del marido, de cincuenta años, e hija de diez añitos, tras haber certificado que ésta tenía el período y haber bendecido el matrimonio entre ambos.
Ana no pudo articular palabra cuando una salada lágrima la transportó al día que hizo volar su libertad en forma de cometa.
Cuento inspirado en dibujo.























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