No hay día, desde aquel aciago 31 de octubre, en que Octavio López no se acerque hasta los cantiles de Costa Ayala, en el litoral de la capital grancanaria que mira al norte. Busca a su mujer. Siempre mirando al mar.
Allí, muy cerca, por la gasolinera de Tinoca, fue donde Josefa Travieso Almeida, de 54 años, dejó su último rastro. Su coche. Solo. Con toda su documentación dentro. Su bolso. Y su móvil. Octavio se ayuda de unos prismáticos y de una buena dosis de esperanza, aunque esta última va por días. Hace 56 amaneceres que no sabe nada de su compañera de vida durante 32 años, la madre de su única hija.
«Es muy duro, muy difícil, no sabemos nada desde entonces», cuenta Octavio, que, sin embargo, no solo no se rinde, sino que pide ayuda. Necesitamos que no se olviden de Josefa», comenta a Canarias7. Durante los primeros días se movilizó mucha gente, desde las propias fuerzas de seguridad a amigos y voluntarios, pero es consciente de que los resultados infructuosos de la búsqueda y el paso de las semanas han ido apagando aquellos ímpetus iniciales. Por eso hace un llamamiento a la sociedad, y también a los efectivos policiales, para que no les dejen solos.
Hipótesis policial: desaparición voluntaria
La hipótesis con la que trabaja la Policía Nacional es la de la desaparición voluntaria con posible resultado de suicidio. Aquella mañana, muy temprano, Josefa subió en coche desde Telde, donde reside junto a su familia, hasta el centro comercial Las Arenas, en la capital. Acercaba a su hija a la parada donde coge la guagua para estudiar en un centro universitario del norte de la isla. La dejó, se despidió y siguió su ruta, solo que esta vez alteró el camino y se dirigió hacia la gasolinera de Tinoca.
«Las cámaras recogen que el vehículo cogió la salida hacia la estación de servicios», apunta Octavio, que, en todo caso, precisa que la imagen no deja apreciar si la persona que conducía era su mujer o no. A partir de ahí no se ve más. El coche lo hallaron pocos días después, el 2 de noviembre, en la bajada conocida como Cueva de los Pollos. Por eso Octavio, pese a las circunstancias que rodearon a su desaparición y a la hipótesis policial, se agarre a veces al sueño de que, quizás, quien sabe, pueda seguir viva.
Esa remota duda, esa esperanza última, no le deja vivir, ni tampoco hacer, por tanto, el necesario duelo, de ahí que, si finalmente no está viva, como parece que es lo más probable, necesita que al menos aparezca el cuerpo. «Y es extraño porque si acabó en el mar, siempre lo devuelve, pero pasan los días, y nada». Es más, confiesa que en su búsqueda ya le ha tocado dar con el cuerpo de algún pescador caído en esa zona. Sin embargo, no hay rastro de Josefa.
Quiere seguir buscando, y no puede hacerlo solo. Agradece a todos los que le han ayudado y lo siguen haciendo, entre los que cita también a efectivos policiales que se han implicado más allá incluso de su jornada laboral. Recuerda que han actuado buceadores del Consorcio de Emergencias de Gran Canaria y también la Unidad de Drones de la Policía Local de Telde. Todo ha sido por ahora en balde, pero ruega que no se rindan, que no le dejen solos, a él, a su hija y a sus familiares y amigos.
De 54 años, 1,65 metros de altura y complexión gruesa
La familia pide que se vuelvan a difundir los datos que se aportaron tras su desaparición. Tiene 54 años, mide 1,65 metros de altura, es de complexión gruesa y su pelo es pelirrojo y ondulado. Sus ojos son de color castaño. Además, Octavio da detalles de cómo iba vestida aquella mañana, la última en que él la vio. Cuenta que llevaba pantalón vaquero con puño elástico ajustable a los tobillos, zapatillas de sport color oscuro y una blusa blanca de manga corta y escote cuadrado.




















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