Se ha abierto la opción creciente de pagar por estar en las redes sociales. Facebook e Instagram se unen al hilo conductor de Twitter de explorar vías de suscripción a los usuarios. Al parecer, la publicidad que se ubica en las redes sociales (y que estas le arrebatan a los medios de comunicación) no es suficiente a juicio de Elon Musk, Mark Zuckerberg y compañía. Esto supone un salto importante mediático y, por tanto, antes o después, con consecuencias políticas y sociales.
Hay que partir de la idea de que prácticamente nadie está dispuesto a pagar en internet. De hecho, los denominados muros de pago de los periódicos no funcionan. Sin embargo, los propietarios de las redes sociales están dispuestos a abrir una fase en el que, ahora sí, piensan ellos, los usuarios pagarán. Cuestión que está por ver. A fin de cuentas, pueden aparecer nuevas redes sociales que suplanten a estas clásicas.
Con todo, este experimento que comenzará en Australia y Nueva Zelanda (en el ámbito de Facebook e Instagram) podría llegar pronto al Viejo Continente. Que las redes sociales, a juicio de sus propietarios, no estén dando los réditos económicos que esperaban fruto de la pandemia y la guerra entre Ucrania y Rusia, es una muestra del decrecimiento imperante. Una señal paradójica de los tiempos que vivimos.
Un Facebook e Instagram a dos velocidades, según pagues o no, tendrá consecuencias. El algoritmo no es neutral, prima o castiga al usuario en función de si se suscribirá o no al canon anual a pagar. Entonces los supuestos debates ya no serán iguales. Y unas publicaciones se verán más que otras con respecto al ciudadano que se tercie. Si tratas a los usuarios (que generan contenidos, no olvidemos) como a los anunciantes, se establece un muro en el pretendido ágora virtual.
Desde luego, internet no ha supuesto una democratización de los iguales tal como se esperaba cuando irrumpió. Ni tampoco las redes sociales hasta la fecha. Por supuesto, ha incidido en el poder que antes tenían los partidos políticos y los medios de comunicación (es la crisis de la intermediación) pero de ahí a la democratización ansiada asoma un anhelo truncado. Máxime, con la senda que Elon Musk y Mark Zuckerberg quieren establecer de pagar para estar en sus redes sociales o, cuando menos, para estar de manera privilegiada frente al resto. Repito: afecta a los usuarios, no a los anunciantes. El riesgo de forjar espacios digitales autocráticos es real. Y se otea, tal como están las cosas, que pudiera sobrevenir una tercera fase que zarandee a estas redes sociales (digamos tradicionales) que a la vez han mermado a los medios de comunicación. Es alucinante el ritmo al que vamos. Y, por momentos, inquieta.
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