Murió Carlos Saura. Si se desea sentir (lo más parecido posible) el ambiente de asfixia del franquismo, basta con ver ‘Cría cuervos’ (1976) donde una niña (interpretada por Ana Torrent, la misma que protagonizó ‘Yoyes’ en 1999) mece entre el surrealismo y la perspicacia de la agudeza vital anticipada para retratar las miserias de una familia, su familia, al tiempo que destripa la España social del tardofranquismo. Mientras su madre va camino de morir en medio de un largo sufrimiento, su padre personifica el machismo de entonces aclimatado por su condición de oficial del Ejército de tierra, de los que ganaron en el 39. Se trata de un largometraje imprescindible para entender el clima previo a la Transición.
Aquella niña, que considera que tiene poderes especiales, hace un ejercicio freudiano de estampar en la cara las miserias e incongruencias morales de unas élites en decadencia. Azorada por una madre a la que la vida se le agota, es capaz de poner patas arriba un hogar en el que, en realidad, impera la soledad y una tristeza honda. Una niñez que, a fin de cuentas, es antesala de traumas futuros o, en el mejor de los casos, de una madurez superior a la media.
Las producciones de Carlos Saura van mucho más allá. Pero ‘Cría cuervos’ destaca, de largo, con respecto al resto. A buen seguro, el cine de Saura no se comercializaría hoy en las salas de los centros comerciales donde las roscas y los refrescos invitan a otra cosa. Si algo tuvo la Transición, especialmente en Madrid, fueron los circuitos de cine en los que se mezclaron ideas y debate de largo recorrido.
Allá por los inicios de los noventa, cuando ya el ‘felipismo’ había perdido la frescura ochentera de una izquierda aún con aroma inmaculado, entonces el cine dio un impulso a temas vinculados con la Guerra Civil. Carlos Saura nos sorprendió con ‘Ay, Carmela’ (1990). Adaptó a la gran pantalla la obra de teatro de José Sanchís Sinisterra. El guion se lo puso Rafael Azcona, un genio. Y los protagonistas fueron Carmen Maura (la musa del ‘felipismo’) y Andrés Pajares, junto a un joven Gabino Diego.
Estos hacen de cómicos que tratan de levantar los ánimos de los soldados republicanos allá por el Ebro, cuando la República sabe que ha perdido la guerra y se sigue la política de Juan Negrín de resistir y empatar el conflicto con la Segunda Guerra Mundial que se olfatea en lontananza. Una noche se pierden y, sin querer, acaban en terreno enemigo. La película supo aproximarse al conflicto fratricida desde el lado humano de unos actores que simpatizaban con la causa republicana y que, sin quererlo, acaban por descubrir que defender sus ideas (aunque sea ilusamente) es la única forma de morir en paz aun sabiendo que te van a matar. Adiós a Carlos Saura.
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