Cerramos un 2022 repleto de asesinatos machistas. Mujeres e hijos cuyas vidas quedan truncadas. Una barbaridad que aún requiere mayor reproche social. Las víctimas de ETA lo originaban, y con razón, y se debe concitar semejante o mayor denuncia política y social si cabe. Que el machismo no sea violencia política estrictamente, el maldito terrorismo, no es óbice para que cada mujer asesinada sea motivo para abrir y desarrollar un telediario o lo que se tercie. Debemos ir todos unidos al respecto.
Lo que ocurre es que el machismo se perpetra a modo de espiral creciente y silenciosa. Y antes de ese asesinato se produce una continuación de gestos, actitudes y violencia machista que queda dentro del hogar o de la relación de pareja. Y uno de los aliados de los machistas es precisamente el mito del amor romántico. Ese príncipe azul al que toca esperar que, supuestamente, así lo venden, invocará la felicidad y mejorará a la otra persona para hacerla plena por el resto de su vida. Falso. No somos medias naranjas que necesitamos a la otra media. Somos naranjas completas. Y, si acaso, sumamos a otra naranja para hacer un zumo de alegrías y respeto.
En estas jornadas navideñas donde se rinde culto al dinero en los bullicios y colas de los centros comerciales, nada que ver con el mensaje del Evangelio, se estila la sociedad de consumo a modo de religión que, por otra parte, se encarga de inyectar dosis durante todo el curso que confunden el amor con la supeditación. Cuando una persona depende de la otra, nunca es amor. Y me es igual qué tipo de dependencia sea porque, en definitiva, cualquier dependencia requiere previamente de una posición de poder del otro y, no siendo menos, una pizca de maldad y mezquindades. Quien realmente quiere al otro, lo ama, no usa ni por asomo su fuerza de poder.
El silencio es la primera alarma sibilina que desprende la potencial víctima. El silencio más la complicidad del tercero que detecta una señal y no hace nada. Quien le ríe las gracias al machista, contribuye. El consumo masivo de pornografía, compartido por mensajería instantánea entre los amigos como si fuera un trofeo, cosifica a la mujer. Y, de paso, difunde una concepción de las relaciones sexuales cuyo goce (y poder en la alcoba) es a favor del hombre. Nada sano. Pero mueve mucho dinero y espolea ese consumo de la mujer. Y los deseos que se agitan a través del teléfono móvil los tratan de extender a la cama o genera frustraciones en el machista andante.
Ahora que iniciamos 2023 redoblemos los esfuerzos para frenar la lacra de la violencia machista. Y no nos detengamos solo en el caso por caso, que también, sino asumamos que el machismo es estructural y precisa desmontar esos parámetros de poder si, realmente, aspiramos a eliminar el patriarcado. Y vaya por delante que ese patriarcado no lo pondrá fácil, se resistirá. No renunciará a unos privilegios que son posibles gracias a la dominación de la mujer que perpetran.

























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