El detector

Me interesan las personas y no lo egos. Lo normal sería decir que esta es una conclusión gradual, fruto del avance de la vida, de cumplir años meramente, y así quedar como una persona interesante delante de ustedes, pero por alguna casual o extraña razón esta convicción la llevo dentro hace mucho. El problema está en que no siempre es fácil descubrir cuándo finaliza la persona y asoma el ego (o al revés) y, por tanto, provoca distorsiones y sinsabores. Confunde. Puede que con el tiempo se atine más y mejor. Algo así como el disfrute de una copa de vino. O cuando entras en una librería y compras con mayor criterio, con una ojeada a la portada y al texto vas adquiriendo la destreza de que no te engañen.

Estoy pensando pedirle a los Reyes un detector de egos. Aquí no lo venden. Pero me he enterado que en lugares remotos parece que hay fábricas que lo envían por correo postal. No a tu casa porque si no ya no es el regalo sino al palacio (también remoto) de los Reyes, y que luego ellos me lo traigan de madrugada a casa, que para algo ya les dejaré zapato, agua y lo que se tercie. Habrá que abonarles, de algún modo, que hagan desinteresadamente el servicio de agencia de envíos para traerme el detector. A lo mejor ellos ya tienen el suyo, y realizan el viaje teniéndolo a mano por si se tropiezan con personas bondadosas o egos malignos.

Iré por Triana o la playa de Las Canteras para ir detectando y discerniendo a las personas de los egos. Serán egos los que todavía no son personas. Y serán personas las que se han liberado de su ego. Lo que me pregunto es qué ocurrirá cuando el sujeto está en trance, debatiéndose a sí mismo entre su persona y su ego. ¿Qué dirá el detector? O, de repente, ese tercero al que le guardabas simpatía es, en realidad, un ego enmascarado. Un ego de mil caras. Un ego andante. Un ego pobre. Un ego carcomido por su propio ego. Y te llevas un disgusto. Aunque los disgustos pasan. Y la alegría vence a la tristeza.

Cuando pasee y salude a los demás, estos no sabrán que llevo en ristre el detector camuflado. Pero no les pediré consentimiento por la protección de datos. También el Gobierno nos vigila con las cámaras instaladas en todos los puntos y seguimos haciendo nuestras vidas. Alguno se detiene en la esquina de un edificio oficial y saluda a la cámara, aunque no sepa si al otro lado está el vigilante de seguridad, un guardia civil o el presidente. Pero saluda igualmente. Así piensa que, al quedar grabada la imagen de su saludo efusivo, permanecerá registrado para la posteridad. Y esa breve memoria de saludos repetitivos estará a disposición de sus descendientes que entonces irán, con o sin detector, al ministro del Interior para que les deje una copia que recuerde al pariente, sin saber si este era persona o ego. Feliz 2023.