Al bipartidismo dinástico

El discurso de Nochebuena de Felipe VI fue dirigido al bipartidismo dinástico: PSOE y PP. Fue correcto pero no casa con los problemas estructurales de fondo pues, en última instancia, la zozobra que vive la Casa Real es la misma que sacude al bipartidismo dinástico, y al revés. Se retroalimentan. Y entre el PSOE y el PP, el que tiene una posición mucho más delicada en el tablero es, de lejos, el PSOE. Eso sí, sin el PSOE Felipe VI no se sostiene. Es más, si Pedro Sánchez hubiese querido, al calor de los escándalos de Juan Carlos I, único nombre que aparece expresamente recogido en la Constitución de 1978, ya la monarquía hubiera caído en desgracia aunque no hubiéramos sabido su desenlace. El PSOE borbónico deja el republicanismo para la pancarta y las resonancias pretéritas de la memoria de los perdedores de la Guerra Civil. Nada más.

Sin el PSOE, Felipe VI estaría tentado (y lo está) de tirar de Vox como Alfonso XIII hizo al dejar triunfar, por acción o por omisión, el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera del que se cumple, precisamente, este 2023 su centenario. Parece que la Historia, otra vez, tiene el capricho de volver, cuando menos, a rimar. Si en Europa las naciones se consolidaban y forjaban como estados al mantener, entre otros extremos, conflictos bélicos entre sí, en España conocimos durante los siglos XIX y XX cuatro guerras civiles: las tres carlistas más la de 1936-1939 que sirvió de antesala de pruebas de la Segunda Guerra Mundial.

Felipe VI está preocupado. Es lo que denotó su discurso, en la Casa Real son sabedores que tiemblan las estructuras del sistema del 78 y, por ende, su continuidad como institución. Insisto, la tentación de recurrir a la extrema derecha por parte de los borbones está latente; aunque eso rompería, ya del todo, la alternancia periódica y pacífica que caracteriza al neoturnismo. El rey quiere que el PSOE y el PP se entiendan y, mejor o peor, subsanen las deficiencias (cada vez mayores) que se presentan a nivel institucional. La erosión en evidente.

El Tribunal Constitucional paralizó la tramitación parlamentaria. Sujetó a las Cortes Generales impidiendo que cumplieran con su tarea asignada constitucionalmente desde la premisa esencial de que representan al pueblo. Grave, muy grave. Aún desconocemos las repercusiones que tendrá, a la larga, lo que ha hecho el Alto Tribunal. El enquistamiento del PP a no renovar el Consejo General del Poder Judicial y, por extensión, el tercio que corresponde del Tribunal Constitucional, responde a la convicción de los populares de aguardar a una victoria en las urnas en 2023, aunque suponga gobernar de la mano del neofascismo de Vox.

El bipartidismo dinástico que añora Felipe VI y que sostuvo a su padre ya no existe, está menguado, carcomido por la ausencia de regeneración y reforma constitucional periódica. Algo que no ocurre porque la hipoteca de la Transición aún se paga. La primera legitimidad de Juan Carlos I procede de Francisco Franco. La noche del 23F cerró, aparentemente, las dudas. La Segunda Restauración borbónica ha dado décadas de estabilidad y prosperidad. Es innegable. Pero es incapaz de relanzarse ‘per se’. No es normal que, en pleno tránsito del 2022 al 2023, Felipe VI siga mencionando el espíritu de la Transición. Un relato legitimador que, con la irrupción de las nuevas generaciones, se diluye por sí mismo.