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Miércoles, 05 de Noviembre de 2025

Actualizada Miércoles, 05 de Noviembre de 2025 a las 16:50:30 horas

Cine para un indignado

TA ofrece la columna de Rafael Álvarez Gil

direojed Viernes, 04 de Noviembre de 2022 Tiempo de lectura:

Volver al cine tras la pandemia deja un sabor agridulce. Uno sabe que lo de antes ya no está pero al tiempo se resiste a que las salas capitulen. La añoranza a las películas no comerciales (el querer ir más allá de las cintas al uso de entretenimiento y poco más) no puede ser ‘per se’ el claudicar a ese hiperestímulo comercial en Gran Canaria. La laguna que ha dejado el cierre de los multicines Monopol en la capital se nota y de qué manera. Una gran pérdida para la vida cultural.

 

Pero ocurre que en medio de esta tragedia cinéfila afloran, de repente, títulos que reclaman la atención del público. A buen seguro, es así porque son distribuidas por multinacionales del sector que de cuando en cuando rescatan una obra española. Es el caso de ‘En los márgenes’ dirigida por Juan Diego Botto. Una producción que tiene el mismo valor ahora que de haberse estrenado hace una década al rebufo de la austeridad y el recorte de los servicios públicos al alimón de la Gran Recesión de 2008.

 

Se basa en una jornada, en un solo día, desde que amanece hasta que finaliza y se centra en el drama personal y familiar de distintos casos que suceden atropelladamente en una gran ciudad. Piénsese, sobre todo, en los desahucios. Hay una cantidad enorme de expulsiones de familias de sus hogares al día y, sin embargo, no es noticia. Dejó de serlo. Y un desahucio rompe el ánimo y deja huella en los afectados. Es una problemática de primera magnitud a la que muchos políticos dan la espalda. En vez de preservarlo legislativamente con la protección debida, lo que prima es el interés de la ejecución de la orden judicial a la mayor brevedad posible. ¿Por qué no se fomentan alternativas que equilibren bienes jurídicos distintos a preservar con el interés social? No concibamos al clásico arrendador que vive solo de eso sino aquellos que son tenedores de multitud de pisos e inmuebles y lo hacen como jugoso negocio.

 

El largometraje enfoca el lado humano: su caos personal e inquietudes al uso. El preocuparte por los tuyos, por los más cercanos, por tus compañeros en este periplo que es la vida y que arroja sinsabores varios. Es un cine social. Recuerda a Ken Loach. Invoca la sed de justicia. Y con la peculiaridad que lo hace todo ello basándose en los testimonios y las redes cívicas de apoyo en el barrio. Aquí no hay alusiones a los partidos políticos y sindicatos. Mala señal. Estos agentes de intermediación están dejando precisamente de intermediar. La democracia merma cuando no atiende la cuestión social que resurge con fuerza como si estuviéramos casi en el siglo XIX. La desigualdad aumenta. Las clases medias se antojan un sueño inalcanzable. Y la ciudadanía, hoy por hoy, no observa en las diferentes siglas los actores eficaces para articular sus demandas individuales y colectivas. Y entonces aparece el cine, el cine de antes, el de siempre. Y te planta en la cara una denuncia social que conmueve. Y sales de la sala indignado. La trama te obliga a reflexionar. No a entretenerse, o no solo a eso. De esto se trata.

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