Hay momentos en política (ciertamente determinantes) en los que no queda otra que con un gesto firme demostrar la dignidad de tus postulados, que no deja de ser el último reducto que constata que aún conservas ideología. El posibilismo, estilado en la agenda política, no solo es necesario sino que su uso es creciente y te permite, en ocasiones, conseguir luego lo que te propones. Pero otras veces no es así. El Frente Polisario rompe las relaciones con el Gobierno de coalición de izquierdas en Madrid conformado por el PSOE y Unidas Podemos tras el comunicado conjunto de España y Marruecos en el que han escenificado la normalización de las relaciones mutuas.
Y nombro a los dos partidos aunque, a todas luces, el volantazo lo perpetró Pedro Sánchez (que ni consultó al PSOE) y, por ende, traicionó al pueblo saharaui. La segunda traición que reciben. La primera fue cuando Juan Carlos I dejó tirada a la colonia pendiente de descolonizar para que la ocupase Marruecos a cambio de asegurarse la estabilidad pertinente durante la Transición y la restauración borbónica al recibir los parabienes de Estados Unidos. Con todo, es verdad que Unidas Podemos ha expresado su rechazo. Pero Sánchez hace y deshace porque, en última instancia, no teme reacción institucional de Yolanda Díaz y sus correligionarios. Si Sánchez hubiese, al menos, olfateado que el giro diplomático podía costarle el puesto, cuando menos le hubiese dado una pensada. Uno hace con el poder que ostenta lo que el resto le deja hacer mientras otro poder no lo contesta.
Hasta tal punto es el desatino, que el presidente del Gobierno viajó a Marruecos a visitar a Mohamed VI el mismo día en el que el Congreso de los Diputados le dejó claro que no aprobaba su postura ante el conflicto del Sáhara Occidental. Le dio igual. Y como la proposición no de ley (PNL) quedó en eso, en un brindis al sol, la vida sigue y Sánchez tiene la misma tranquilidad que hace unas semanas en La Moncloa.
Ante todo lo descrito, ¿qué podía hacer el Frente Polisario? Pues responder con la ruptura de las conversaciones que, por otro lado, al ministro José Manuel Albares no le quitará el sueño. Hay una teoría, a saber si es verdad, que viene a decir que Albares no conocía la misiva que Sánchez le envió a Mohamed VI. ¿Se enteró por la prensa como le pasaba a Felipe González cuando asomaban los casos de corrupción al final de su periplo presidencial? Si es así, tampoco Albares ha dimitido. Menos excusas y más vivir de realidades. Y estas pasan por que el volantazo de España con el asunto saharaui abandona a una de las partes, pierde la apariencia de neutralidad y, por tanto, Madrid no valdrá como interlocutor potencial en cualquier foro futuro. No obstante, no engañemos al pueblo saharaui ni nos engañemos a nosotros mismos, cuando el Gobierno central alude al “acuerdo mutuo” aceptado entre Marruecos y el Frente Polisario es un enredo porque sabe perfectamente que Rabat nunca permitirá la celebración del referéndum para el derecho de autodeterminación que ampara a los saharauis a son de la legalidad internacional. Pasan las jornadas y el Frente Polisario se percata que la solidaridad de los diversos partidos no se materializa en nada concreto. Y Sánchez se apunta a los hechos consumados, que le son rentables, cuando menos, hasta ahora.
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