Hasta ahora, el PP (ungido por la presión sobrevenida de Vox) abandera el neoespañolismo que rezumó el ‘aznarismo’. Rescata esencias pretéritas de su programa encubierto y edulcorado para las otrora mayoría sociales que justo en este momento, amenazado por la ultraderecha, se muestran tal como son. El PP que petrifica el sistema del 78 y se envalentona como único salvador del mitificado (a pesar de efectivo por décadas) relato de la Transición, se la juega todo a una carta en las próximas elecciones generales. Esto es, ¿qué ocurrirá si el PSOE vence al PP en escaños y en porcentaje de voto, por mínima que sea la diferencia? Pues seguramente el cuartel general de Génova no tragará con una mayoría plurinacional ni, en ese caso, según dictaría su discurso en consecuencia, ofrecerá a Pedro Sánchez una gran coalición a la alemana. Casado no será vicepresidente de Sánchez por mucho que en la actualidad se dé golpes de pecho sobre su patriotismo pontificado y sustentado en el nacionalismo español y excluyente de la plurinacionalidad del Estado.
El problema del PP es precisamente la irrupción de Vox. No por lo que este partido dice, que también, sino más bien por lo que obliga a destapar a los populares por sí mismos, que siempre pensaron pero que trataron de evitar manifestar expresamente. En la década de los años noventa José María Aznar hablaba de un ‘viaje al centro’ e incluso en su primera legislatura llegó a acuerdos con los sindicatos de clase. Y, para estirar el arrebato de aquella etapa, se refirió a ETA como el “movimiento vasco de liberación”; era noviembre de 1998 y las clases medias en España ascendían vertiginosamente sobre la ola ficticia de la burbuja inmobiliaria y el crédito fácil que enseguida, amén del euro, se activaría.
Si Casado no gana los comicios generales la crisis se instalará dentro del PP por partida doble. Primero, sería derrotado nuevamente como lo fue en las dos citas electorales de 2019 tras suceder a Mariano Rajoy. Segundo, Vox entonces aumentará probablemente su representación en el Congreso de los Diputados. Y si fuera realmente un patriota, según lo que él entiende por ello, brindaría al PSOE una oferta de gran coalición que no hará porque eso implicaría desmontar su discurso político hasta la fecha. La crisis del bipartidismo dinástico igualmente atañe a los populares.
Un Vox fuerte supone un PP débil. Un Vox que crece implica un PP atado a la ultraderecha. Y un PP que no vence ni por los pelos al PSOE es un sándwich maniatado por dos frentes. Cuando hace labor de oposición como antaño, como Aznar y Rajoy, se olvida Casado que las debilidades propias de la crisis sistémica del 78 asimismo le repercutirán antes o después; de hecho, de algún modo ya el PP lo sufre. En fin, más pronto que tarde se verá hasta dónde llega ese neoespañolismo de púlpito de Casado y sus correligionarios. Y, si se tercia, se comprobará si auxiliará o no al PSOE por aquello (según Casado) de no necesitar a la realidad plurinacional. Su patriotismo ciertamente destila partidismo oxidado.
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