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Miércoles, 03 de Diciembre de 2025

Actualizada Miércoles, 03 de Diciembre de 2025 a las 13:04:29 horas

Montaña de lso Barros, ilustración de  Jaime Checa Gimeno. Montaña de lso Barros, ilustración de Jaime Checa Gimeno.

La montaña de Los Barros (I)

Bajo el epígrafe 'Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2023)', el ecologista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece un nuevo artículo de la serie de artículos de periodicidad quincenal

direojed Domingo, 09 de Abril de 2023 Tiempo de lectura:

Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2023', el ecologista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece un nuevo artículo de la serie de artículos de periodicidad quincenal.

 

La montaña de Los Barros (I)

Dedicado a mi buen amigo el escultor teldense Fran Celis -Francisco Celis Alemán-, autor del homenaje escultórico a la traída del agua de Lomo Magullo, obra realizada en piedra de Arucas en el año 2021 y que luce espléndida frente al centro educativo de Infantil y Primaria, Padre Collado. En recuerdo a la ascensión que hicimos a Los Barros y al encuentro con nuestro yo interior y el de la montaña.

 

Es curioso que la toponimia de montaña Los Barros no esté recogida por el Dr. Pedro Hernández Benítez cuando es una elevaciones de mayor entidad del municipio teldense. He intentado buscar el origen de tal denominación, pero nada he encontrado.

 

Me apunta mi compañero y amigo de senderismo y barrancos, Gilberto Martel Rodríguez, que en la zona donde confluyen los barrancos de El Charquillo -en la cartografía de GRAFCAN reconocido como barranco de Los Pedacillos-, y el barranco del Conde, sepultado en su día su cauce por otra erupción más reciente, surgida en la ladera sur de la Montaña de los Barros, existen unos depósitos de limos que revelan la existencia en el pasado de un espacio lacustre. Es posible y tiene mucha coherencia que así sea, que en esta zona de limos, bien en época de lluvias, bien en días posteriores, la senda que transita este paso se convierta en un verdadero barrizal. Una vez realizado el periplo por esta senda, constatamos que parte de ella discurre sobre depósitos lacustres que llegaban a esta altura y por consiguiente son zonas de limos, convertibles en barros que, con la presencia del agua, justificaría la razón de la toponimia de esta montaña.

 

Tal sugerencia no cayó en saco roto y esta montaña la he visitado con tres amigos, todos ellos referentes esenciales para mí a la hora de interpretar el patrimonio geológico, etnográfico y arqueológico de Telde, los senderos existentes y la toponimia de los lugares transitados. Gilberto Martel me iba a explicar in situ la razón del nombre de Los Barros, Anselmo Marrero y José Ángel Fleitas, la hipótesis sobre la formación de este complejo volcánico que presenta un cono con tres alturas fácilmente observables y otro, más joven en su formación y que en verdad es un cono cinder, es decir un cono de cenizas volcánicas que presenta diferentes coloraciones según la estratigrafía observada. Actualmente este edificio volcánico ha sido desmantelado en gran parte por las arrolladas de agua, algo que salta a la vista cuando observamos como sus paredes norte y noroeste se desploman sobre el barranco observándose una gran pérdida de su forma original.

 

Anselmo Marrero me llevó justo a la altura del sendero en que se pueden observar los depósitos lacustres de limos en el barranco del El Charquillo y, según su apreciación personal, este hecho bien pudiera justificar el nombre de la zona con el término de Barros.

Lo que sí les puedo confirmar es que estamos ante uno de los conos más bellos del municipio de Telde, conservado en su totalidad a excepción de la pequeña agresión realizada en su ladera sur para dar paso a la carretera GC-130 que desde Telde nos lleva a los pagos de Las Breñas y Cazadores y, de continuar el periplo, a la caldera de Los Marteles y las cumbres insulares.

 

El cono tardío, el que se encuentra desmantelado en gran parte por la acción del agua y por desplomes relacionados con la erosión de su base -apunta Anselmo Marrero-, es posible que surgiera en el período en que lo hicieron los volcanes más recientes del grupo Rosiana.

 

Señala el vulcanólogo Dr. Alex Hansen Machín, que la montaña de los Barros es el resultado de la sobreposición de dos momentos eruptivos separados por una discontinuidad calcárea. Transcribo literalmente lo registrado por él, en la página 101 de su publicación: “Los volcanes recientes de Gran Canaria”:

 

“Gran importancia tuvieron las efusiones de lava desde este volcán. El mismo parece haber funcionado en diversos momentos separados temporalmente por una crisis climática, que se manifiesta morfológicamente por la existencia de un encostramiento calcáreo situado entre ambos aparatos. El inferior es considerado por Fuster como de la Serie II, mientras que el superior es clasificado como de la serie IV.

 

El derrame lávico de la montaña de los Barros rellenó el último tramo del barranco de los Cernícalos y se desarrolló durante unos cuatro kilómetros, cegando el barranco de Telde que de nuevo ha vuelto a abrirse paso.

 

La superficie de este derrame lávico se encuentra totalmente sometida a cultivo y urbanizada, conservando algunos bloques erráticos que podemos observar en el Valle de los Nueve.”

 

Estos bloques erráticos llegaron hasta el corazón de Telde. Anselmo Marrero me confirma la existencia de bloques erráticos hasta lo que actualmente es el barrio de Los Llanos en Telde y como la calle El Roque obedece a la presencia de estos bloques. En el periplo del colectivo Turcón dentro de su programa de visitas guiadas -el ocho de abril del pasado año-, por el Corredor Paisajístico de Telde, se visitaron los Morretes, otro grupo de bloques erráticos procedentes de este volcán. Más abajo aún, muestras volcánicas de esta colada lávica se observan en la zona de El Bailadero, en las fincas situadas al pie del barrio de San Francisco.

 

Tras esta lección del maestro, pues esa fue la primera impresión que recibí del vulcanólogo Alex Hansen, allá por los años ochenta del pasado siglo, cuando lo conocí, encontrándonos sobre el cono fisural de Cuatro Puertas, debo retomar mi modo de acercarles a las montañas, comenzando confesándoles que mi primer contacto con este cono fue curioso. Como suelo hacer habitualmente a la hora de abordar un barranco o cono volcánico, me dejo llevar por la intuición, no busco información previa alguna y dejo que sea el barranco o la montaña quien guíe mis pasos.

 

No anulo así la capacidad de sorpresa que puede depararme el espacio natural visitado. Nada sé previamente de él y todo lo que mis sentidos reciban será puro placer y descubrimiento añadido.

 

Así, la primera vez que accedí a la montaña con intención de llegar a su cima, fui sólo. Me acerqué con el vehículo por la GC-130, la carretera que, desde Telde, pasando por Lomo Magullo o por El Ejido, nos conduce a los pagos de Las Breñas y Cazadores.

 

Sin conocer de antemano senda alguna, detuve el vehículo en el tajo que la carretera dio a la montaña, a la altura del cono cinder del que nos habló mi buen amigo Anselmo. En una vía de escasos lugares donde dejar el coche, es esta una buena zona para aparcarlo, pues puede retirarse de la carretera y no suponer riesgo alguno par el tráfico rodado. Constato desafortunadamente que también es un buen lugar para, con nocturnidad, mucha cara dura y alevosía, transportar y descargar algún transporte mediano de escombros -me refiero siempre, claro está, a los ciudadanos desaprensivos que evitan, con su mezquina acción, depositarlos en los centros de recogida de áridos y escombros donde se garantiza su tratamiento o, en los conocidos Puntos Limpios-, sabiendo que, antes o después, el Cabildo se encargará de dejar limpio el nuevo e ilegal vertedero, pues se encuentra a la vista de todos y alguien denunciará su presencia, pero mientras tanto el lugar se convierte en una incipiente escombrera. Aparco pues el coche junto a un vertido de escombros recientes. Me entristece saber que no se toman las medidas apropiadas y que, cuando se coge “in fraganti” a un infractor, no se le penaliza con una multa ejemplar.

 

Pero volvamos a la montaña. Desciendo del vehículo y observo el cono por su cara sureste. Primero camino hacia arriba buscando una vía para abordar su subida. La propiedad privada ha vallado esta zona de la montaña. En su interior prospera una buena plantación de frutales. La mayoría son naranjos y olivos. La finca dispone de cuarto de aperos y un espacio techado para aves de corral.

 

Busco algún recodo por donde garrapatear, pero el corte realizado por la carretera ha dejado una pared vertical y su altura no lo permite. No tengo que alejarme mucho, pues, en la misma curva, una pequeña vaguada formada en los emplastes lávicos sugiere que por ahí puede abordarse. Dicho y hecho. Trepo como puedo y una senda desdibujada me coloca en unos minutos al pie de un enorme torreón eléctrico, uno de los que conforman la línea de alta tensión que une las centrales térmicas de Jinámar y Juan Grande, garantizando el suministro eléctrico en el sur de la isla.

 

Esta pequeña lomada me permite tomar contacto con la verdadera dimensión de la montaña de Los Barros. Observo frente a mí, en dirección oeste, tres alturas en la misma, de las que sobresale la central y, sobre la cual, han instalado una enorme cruz.

Observo también que en la pequeña loma donde me encuentro, muy cerca del torreón antes mencionado, han colocado otra cruz, ésta de menor tamaño.

 

A primera vista se muestra apasionante la ascensión. Si hay una gran cruz en su cima -una cruz que pesa media tonelada y tiene diez metros de altura, como sabría luego-, significa que existe un sendero fácil de transitar, pero no se encuentra en esta vertiente.

Me gusta como he abordado la montaña. No hay una senda definida -se intuye que esta vía sólo la utilizan los técnicos de mantenimiento de la red eléctrica por su proximidad a la carretera, apenas cincuenta metros y ahí termina la senda-, pero me permite observar el paisaje interior del cono.

 

A los pies de las tres elevaciones se encuentra una pequeña caldera, con seguridad el cráter de la montaña. Por lógica gravitacional, la salida de la lava discurrió en dirección nordeste pues es en esa dirección donde se muestra el vaciado del conjunto del volcán. No hay otra salida, las restantes vertientes son paredes del cono definidas por los barrancos que lo circundan, a saber por el norte el barranco de la Solanilla que se continúa con el barranco de las Breña y por el sur el barranco de Los Pedacillos.

 

El cráter se encuentra cubierto de trebolina, mostrando una cubierta arbustiva parcial, con la presencia dominante de una especie: la tabaiba amarga. Las laderas que confluyen en el cráter presentan una vegetación arbustiva más variada, pero sobresale la presencia de dos plantas: las vinagreras (Rumex lunaria) y los bejeques (Aeonium manriqueorum).

 

Por primera vez en un cono volcánico observo la colonización salvaje de sus laderas por dos plantas foráneas, propiciada tal masiva presencia por el ser humano. Se trata de la tunera americana (Opuntia maxima) y la pita (Agave americana), ambas introducidas en los siglos XVII y XVI respectivamente y actualmente consideradas especies invasoras.

 

De sus defensas espinosas y de cómo son capaces de ocupar un terreno hasta dejarlo intransitable supe cuando, al no observar senda alguna, intenté acceder a la cima a través de ellas, por su cara sureste.

 

La observación de la montaña desde el lugar donde me encuentro puede dar la falsa impresión de que se trata de tres conos con una misma corriente lávica y de hecho, sus alturas vienen diferenciadas en la cartografía consultada, sin embargo las tres elevaciones observadas obedecen a un proceso erosivo diferencial a lo largo del borde del cráter.

 

Tras el fallido intento por la cara descrita, inicio una subida por la ladera que se abre en dirección nordeste -en su cima hay una elevación que registra una altura de 666 metros-, regresando sobre mis pasos para abordar el cono por su cara norte -buscando una elevación que alcanza los 674 metros de altitud-. En ambos casos, bien las tuneras bien las pitas, me cerraron el paso. Crecen estas especies entre vinagreras, veroles, bejeques y tabaibas salvajes y se expanden sin control alguno. Se intuyen trazos de sendas por ambas laderas, pero todas ellas terminan en las tuneras. Creo que la razón de las mismas obedece al aprovechamiento de los grandes y jugosos frutos amarillos -tuno rojo- y verdes –tuno blanco- de la tunera americana que son recogidos para su venta y consumo. También se justificarían por un pastoreo en la montaña, pero en mis visitas al cono, nunca he visto ganado alguno.

 

Si las grandes pencas de las tuneras frustran cualquier intento de ascensión, las pitas hacen peligrosa cualquier senda con sus hojas puntiagudas y aceradas púas. Contribuye también a dificultar el paso los innumerables pitones, se trata de viejas y secas inflorescencias de las pitas que, una vez terminado su ciclo reproductivo, caen por su propio peso, permaneciendo sobre el terreno hasta su descomposición, dificultando el paso y creando en algunas zonas un entramado de pitones imposible de sortear, tan abundantes son.

 

Mi memoria guarda dolorosos recuerdos de algunos percances con ellas y es entonces cuando conviene retroceder e iniciar una subida distinta, pausada, inteligente.

 

En estos casos es cuestión de leer el paisaje e interpretar el ascenso. Claro que se puede subir, pero hay que buscar aquellas zonas donde las retamas blancas, las vinagreras, los bejeques, hinojos, veroles y esparragueras prosperan libres de plantas invasoras. Hacia ahí debemos dirigir nuestros pasos. Los Aeonium manriqueorum dejan su lugar a los Aeonium percarneum una vez llegamos a la cima y cambiamos la orientación.ahora hacia el oeste. Se observa también en ambas laderas el pequeño Aeonium simsii.

Cuando transitamos por el matorral original, a las plantas antes indicadas se le unen grandes cerrajas, balillos, cornicales, cañahejas, tederas, gamonas…

 

Al alcanzar la cima, el regalo visual es único. La altitud de la montaña es de 714 metros y sobre ella se eleva una cruz reciente de 10 metros de alto, factura metálica e iluminada en fechas determinadas por un potente cordón de luz. Una placa situada a la altura de la vista nos recuerda a una persona, don Juan Montesdeoca Lozado, como el impulsor de la colocación de la primera Cruz Anunciadora en el año 1972, Anunciadora de las Fiestas de Nuestra Señora de las Nieves. Este homenaje lo realizó el Patronato de Fiestas, Cultura y Recreo “El Naciente” y es un reconocimiento de todo el pueblo de Lomo Magullo a dicho benefactor. El texto de la placa reza así:

 

“Que la luz que siempre deberá permanecer iluminada en esta Cruz Anunciadora de las Fiestas de Nuestra Señora de las Nieves sea el recuerdo a tu labor por tantos años de dedicación , vocación y lucha por el bien comunitario y cultural que quisiste y defendiste para tu pueblo de Lomo Magullo siendo un símbolo de la lucha altruista reconocida en toda la ciudad de Telde”. En la Montaña de Los Barros (Lomo Magullo – Telde) a 23 de julio de 2021”.

 

Al parecer, no era de metal la primera cruz colocada por don Juan Montesdeoca, sino una cruz elevada sobre un enorme pitón de una pitera. Pero si quieren saber la historia completa, les invito a indagar un poco. A fin de cuentas, es un hecho relativamente reciente.

 

Seguiremos el próximo domingo con la segunda parte de este artículo. La senda a la cruz, la lectura del paisaje observado desde la cima, el recorrido por una ladera llena de olorosas retamas blancas y las reflexiones de mi amigo Fran Celis sobre la naturaleza, las personas y la montaña completarán mi particular visión sobre Los Barros, una montaña emblemática.

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