De aquella anáfora (referencia a un término en un discurso) de, “puedo prometer y prometo” usada por el entonces candidato a la presidencia del Gobierno de España, Adolfo Suárez, durante su discurso electoral del 13 de junio de 1977 a nuestros días, ha llovido mucho, sin embargo, hay algo que no cambia, las promesas electorales se suceden un día si y otro también, sobre todo en campaña electoral y ahora mismo estamos inmersos en ellas.
A pesar de la situación política por la que atravesamos, me produce vértigo y me sonroja ciertos tics que evidencia el fariseísmo político de cierta clase de comportamientos más empeñados es pescar en rio revuelto que en ofrecer soluciones a este impasse que soporta la ciudadanía.
La mayoría de las promesas electorales de los partidos que concurren a las elecciones pueden acabar en papel mojado, bien porque son incumplibles, bien porque la necesidad de alcanzar pactos de gobierno impedirá que se lleven a cabo tal y como están redactadas, ya que ninguna formación podrá imponer su programa si quiere formar un futuro gobierno, eso si, debieran ser los suficientemente transparentes para decirnos sin ambages los acuerdos y las líneas de acción si llegase el caso de un pacto.
Hoy en día, cuando, acercándonos a un periodo electoral, vuelven a abundar las promesas políticas de todo signo, conviene abrir un periodo de reflexión y de autocrítica, y edulcorarlo con un ligero recuerdo a promesas pasadas, para a partir de ahí, evaluar si deberíamos estar o no satisfechos. Nuestra reciente historia política está plagada de promesas que en muchas ocasiones devinieron en incumplimientos fragrantes, la promesa de bajar impuestos en medio de una crisis y llevar a cabo justo lo contrario. Se ha puesto de manifiesto que el incumplimiento de una promesa apenas acarrea castigo electoral, es normal que desde una perspectiva de comportamiento, esta nociva práctica (prometer sin cumplir) se repita.
Se de antemano que para cualquier equipo de gobierno entrante, establecer metas de gestión ambiciosas y a la vez realista no es tarea fácil. Se necesita una fuerte voluntad política para priorizar las promesas de campaña, vigilar de cerca sus implementación y, sobre todo, rendir cuentas sobre el cumplimiento de esos objetivos trazados, pero es todo eso lo que esperamos de nuestros gobernantes. Toda promesa electoral está respaldada por horas “productivas” de experiencia en campañas políticas, son aquellas que saben llegar a la gente y que, obviamente, resultan lanzadas por políticos asesorados por “expertos”. De hecho, cuentan con una estrategia de campaña, conocen el poder del marketing y creen en él. Sucumben ante una buena y bien pensada estrategia de comunicación, el objetivo de las promesas electorales es lanzar mensajes subliminales y a esperar los votos.
En política no hay nada gratis, la regla básica para los candidatos y candidatas es que cuanto más audaces y amplias sean sus promesas, mas probabilidades tendrán de atraer la atención. Esto, a su vez, puede ayudarle a conseguir el apoyo que necesitan para ganar. El arte de la promesa política es sonar convincente sin ser demasiado artificial, adoptando diferentes enfoques a la hora de hacer promesas, haciendo que la promesa sea genérica, amplia y que todo el mundo pueda apoyar. Por todo ello, hay que huir de los cantos de sirena, de las promesas vacuas.
Una de las tendencias más importantes, en la promesas de campaña hoy en día, es la voluntad de ser transparentes y abierto a todo. Ya no se pueden mantener los planes ocultos, jugar con la emociones del electorado, para que te apoye y luego hagas lo que se les antoja y para ello, las redes sociales están demostrando ser una herramienta ideal para compartirlos y, evitar estos fraudes en la política de las promesas.
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