ANTONIO J. FERNÁNDEZ/RTVC
Cinco años tenía cuando perdió a su padre. De la noche a la mañana, su madre se vio con este cuadro: viuda, rodeada de seis pequeños, sin ningún tipo de ayuda pública y en la desolada España de los 50. Los menores fueron repartidos en varias casas; unos familiares se ocuparon de él. A los 15 dejó de estudiar porque había que trabajar -“en casa se pasaba hambre”, reconoce- y durante medio siglo, y tras una vida azarosa, sacó a su prole adelante. Lo que nadie le había contado a Eustaquio Quintero es que en 2020, con 73 velas sopladas, iba a luchar contra el coronavirus.
Lo contrajo en un viaje del Imserso de Gran Canaria a Gerona y lo supero tras esquivar dos veces a la muerte durante su larga estancia en la UMI. Hoy lo cuenta, sobre todo, para homenajear a dos equipos imprescindibles en su vida: su familia de sangre, que siempre ha estado ahí, y su nueva familia, los médicos, enfermeras y celadores del Hospital Insular que los rescataron de las garras del Covid-19.
Jubilado alegremente, los problemas arrancaron para Quintero a comienzos de marzo, tras volver de “una experiencia maravillosa, en un hotel muy bueno, con muchos extranjeros, seis excursiones y grandes recuerdos”.
Como viene haciendo hace años, compartió ruta con su esposa y una pareja con la que guardan mucha amistad. Lamentablemente, su amiga María Rosa Cruz, también se contagió y no superó el virus.
“Me asfixiaba”
Cuenta Eustaquio que sobre el 22 de marzo, dos semanas después de aterrizar, empezó a sentir que se asfixiaba. “En invierno suelo tener pequeñas gripes porque en su momento fui fumador, pero aquella sensación fue distinta, por lo que terminé llamando a una ambulancia. Entré por urgencias con una silla de ruedas, una persona se me acercó, me dijo 'Soy Mónica, tu médico...' y a partir de ahí no recuerdo más nada”.
Sobre lo que vino después le han tenido que ir contando sus familiares y el equipo sanitario que han permitido que esté vivo. Narra su vivencia entrecortada por la emoción que le genera el recuerdo de unos “duros momentos, que hacen que te replantees muchas cosas”.
Cuenta que permaneció sedado durante 16 días en el box 6 de la unidad Covid-19. Luego completó 15 días en la misma cama y, finalmente, pasó otros 9 en planta. Durante ese tiempo, los médicos bregaron. Fue intubado, estuvo a punto de morir en dos ocasiones, padeció un hematoma inguinal, perdió sangre, tuvo una brutal bajada de tensión, una traqueotromía y un paso decisorio por el quirófano. 40 días intensos. “Al final, todo salió bien”, concluye.
Unos monstruos y un fatal mensaje
Literalmente, el bicho no quiso darle tregua. “A partir del día 17 empecé a tener consciencia de lo que me había pasado. Al principio no sabía dónde estaba hasta que abrieron unas persianas y vi el mar y el Castillo de San Cristóbal”, detalla. “El cuerpo no te responde, pero el cerebro no para. Tuve pesadillas muy duras. En una de ellas, me encontraba en una urna de cristal y habían unos pequeños monstruos con capas que con sus ojos fijos me decían: 'espero que te mueras”.
Esas imágenes que pasaron por su mente eran diametralmente opuestas a lo que en la vida real estaba ocurriendo. Durante la charla con este medio, se detiene en varias ocasiones. En unas, le puede la emoción (no es el único); en otras, aprovecha la más mínima pausa para poner en un altar a todo el equipo que le atendió. “Son espectaculares, unos ángeles, te tratan como si fueras su padre. Gente muy especial y la pena es que no somos conscientes de lo que tenemos allí dentro”.
La asistencia fue médica y social. Gracias a ellos, pudo mantener el contacto con su familia con videollamadas desde el momento en el que fue posible. Tanto en el box como en la planta 11 del complejo, en el que poco a poco fue recuperándose. En medio, celebró el 26 de abril sus 73 años encamado, querido y arropado. “Cuando me pasaron a planta me hicieron el pasillo, como a los futbolistas”, señala.
La familia, los recuerdos
Y es que Eustaquio ha sufrido, de niño y de mayor. “Para mi familia ha sido muy duro. Mi esposa y varios miembros de mi familia, a los que no vi en 40 días, han tenido que estar 15 días en casa, con el alma en vilo por mi salud y el miedo a dar positivo. Convivimos mucho tiempo. Afortunadamente, todos están bien”.
Habla con orgullo de sus tres hijos, de sus cinco nietos, todos con presente y futuro próspero. “He trabajado de sol a sol para que ninguno pasase las necesidades que yo sufrí de pequeño”, musita tras referirse a los duros momentos que pasó de niño, donde pasó cinco meses hospitalizado en El Sabinal para superar una patología que en la España de la posguerra se llevó a muchos pequeños por delante.
Después de ahí, batalló lo suyo. Natural de La Pardilla, pasó por el colegio Labor, fue monaguillo y acabó buscándose la vida como dependiente en tiendas de aceite y vinagre, en un taller, en residencias o en un taxi hasta que en 1980 logró una plaza en el Ayuntamiento de Telde, donde, además, de ser jefe de la Agrupación Local de Protección Civil, estuvo al cargo de su parque móvil y desempeñó otras tareas relacionadas con los Servicios Municipales y Alumbrado. “Me jubilé con 43 años cotizados”, agrega con orgullo.
Su futuro
Ese es su pasado, ya escrito; ahora confía en tener muchas más líneas que escribir en el futuro. “Salí de esta muy feliz y agradecido. Me han mimado como nunca, ya he pasado mi cuarentena, y mis analíticas y placas están todas bien. Voy todos los días a caminar y ya recupero musculatura porque de 86 bajé a 70 kilos”. Esta es su nueva normalidad.
Le gustaría nombrar a todos los profesionales que la atendieron, pero le es imposible y pide perdón. Retiene los nombres de los doctores, de Carmen Pérez, de Domingo González y del doctor Romero, que fue el último que le siguió ya fuera de peligro. Y ahora lo tiene claro: “Disfrutar al máximo del tiempo que tenga, con mi familia. En julio, además, tendremos una reunión familiar en un determinado lugar. Eso es intratable. ¿Qué más cosas? Viajar. De eso no te quepa la menor duda. No tengo otra cosa. Eso y los míos. No tengo miedo, no se puede tener. Cuando hay que morir, se muere”.
Ya era un hombre fuerte y esta experiencia lo ha fortalecido aún más. Sabe que por su edad tenía bastantes papeletas para no ser el protagonista de este relato, pero aquí está para contarlo. La pasada semana, los compañeros de Televisión Canaria quisieron que se reencontrase con sus particulares “ángeles”, como él los llama. Sin besos ni abrazos -no sería por falta de ganas-, pero desde luego que muy intenso y emotivo.
Se le pregunta también por cómo se ve la vida en la calle tras superar la enfermedad. Se muestra por un lado tranquilo porque sale por zonas amplias, como el Paseo de Melenara, el de La Garita o las calles de San Gregorio, pero también reconoce que en la tele ve “mucha imprudencia de los jóvenes. Deja escrito ahí si puedes que es una irresponsabilidad; que lo que me ha pasado a mí le puede pasar a cualquiera. A ver si sirve de algo: guardan la distancia y usan mascarilla”.
Su última referencia, antes de compartir unas fotos, son de agradecimiento para los suyos y para Carmelo, su amigo, el viudo de María Rosa. “Sabe que estamos a su disposición para lo que necesite”.
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