(Dedicado a mi excelente amiga Ana María Ojeda Rodríguez, gran devota de San Amaro.)
Finalizada la primavera de 1483, el Gobernador de la Isla mandó a los capitanes y demás gentes de la Real Hermandad de Caballería de Andalucía, a levantar un fortín coronado por una torre cuadrangular, realizada toda ella de cal, barro y cantería parda. Se crea así el núcleo inicial de la nueva ciudad castellana. Telde, que hunde sus raíces en el neolítico canarii, ya había existido en el siglo XIV con la presencia de foráneos catalanes, mallorquines y aragoneses. Pero esta vez va a ser bien distinto, la Isla toda se ha incorporado de forma definitiva a la nación más poderosa del occidente europeo, regida por la voluntariosa Isabel I de Castilla.
Documentalmente es demostrable la construcción de nuestra Iglesia a partir de un pequeño templo de sencillas trazas (hecho a base de cañas y barro) existente en el interior de aquel baluarte defensivo. Nos relata el Dr. Hernández Benítez (Cruces, Provincia de Santa Clara. Cuba, 1893-Telde, Gran Canaria, 1968) cómo Cristóbal García de Castillo, natural de Moguer (Huelva), después del desplome de este humilde templo, ocasionado por las lluvias del siguiente otoño, se instituyó como mayordomo-protector de una nueva fábrica que al pasar el tiempo dio como resultado nuestra actual Basílica Menor de San Juan Bautista.
Muchas y muy variadas fueron las advocaciones con que el santoral católico contribuyó a la fe de los teldenses de entonces y ahora. Varias de ellas guardan el secreto de la arribada a nuestros retablos, otras nos permiten ponerles fecha aproximada, pero la mayoría de ellas esconden con cierta coquetería los años pasados desde entonces. Al primer grupo corresponden las efigies de los patronos San Juan Bautista y San Pedro Mártir de Verona; la del Bienaventurado Patriarca San José, Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista. En el segundo estaría la Santísima Imagen del siempre venerado Cristo del Altar Mayor o de Telde, Nuestra Señora del Rosario y San Ignacio de Loyola. El tercero tiene la nómina más abultada, subsanada por inventarios más generales de visitas pastorales y otras similares.
Hoy, entre estas últimas se encuentra la imagen de San Amaro, que al menos desde que fuera levantada la capilla del Rosario (hoy Santa Sanctórum Basilical), en torno al año 1633-1670, ha permanecido en el nicho izquierdo de su retablo. Éste es una obra barroca de soberbia composición en la que trabajaron codo con codo el carpintero de lo blanco Antonio de Almeida y el pintor Francisco de Quintana.
Llegado a este punto, es preciso aclarar quién fue San Amaro para arrancar tanto afecto entre su numerosa feligresía. Su biografía algo oscura en los orígenes, nos lo presenta como un hombre de fuertes convicciones religiosas de principios de la Edad Media, que oyendo una voz inspiradora comenzó un largo viaje o peregrinación, que según sus acólitos lo llevó al mismísimo paraíso terrenal, donde encontró entre otras personas, a una tal Brígida que con posterioridad le ayudaría sobremanera a la construcción de un notable monasterio en el corazón de Castilla, concretamente en la actual provincia de Burgos.
Amaro significa “el de tez morena u oscura”, se le suele denominar también Mauro, nombre que procede del calificativo que los castellanos y otros pueblos europeos daban al nativo de la Baja Tingitania o la Alta Mauritania. Mauro no es sino una deformación de la palabra moro.
Los estudiosos de su vida lo hacen peregrino por tierras de Hispania y estante en Santiago de Compostela, el paraíso soñado. Tal tuvo que ser el impacto visual y anímico que causó en él nuestros Campos de Estrellas que, decidido a fundar un cenobio, marchó a tierras burgalesas en donde contaría con la protección de algunos nobles, animados éstos por sus pláticas a sufragar los gastos de tal fundación.
A imitación de otros abades dedicó su vida y obra a proteger el Camino de Santiago, en este caso cuidando la salud casi siempre pertrecha de los peregrinos que por su convento-hospital pasaban, de ahí el dicho Bendito San Amaro que cuida de mis pies y cuida de mis manos.
El San Amaro teldense es una escultura de talla de mediano tamaño representado con ropajes de Abad, pero nos sorprende que el artista se haya recreado en policromar la tez de forma oscura, haciendo honor a la tradición y a la más que posible raza del Santo. Rastreando el amarantismo hispano, se nos presenta con cierta popularidad en todo el Reino de Galicia, concretamente en la provincia de Orense (Ourense), en donde existe un municipio cuya toponimia coincide con el nombre del Santo Varón. En el Principado de Asturias y, en muchas poblaciones del norte de los antiguos reinos de León y Castilla, son numerosas las ermitas e iglesias dedicadas a este Hombre Justo.
La importancia de San Amaro en la vida religiosa cotidiana de los teldenses fue más que notable, así queda acreditada al ser una de las imágenes representadas en el llamado Banco de las Cofradías o de las Dádivas, actualmente conservado en el Baptisterio. Por centenares se cuentan los exvotos, de cera virgen, que cada año en forma de pies y manos, se ofrecen al Santo y que quedan custodiados en la sacristía de la planta baja del camarín de Nuestra Señora del Rosario.
Según el santoral católico tradicional, San Amaro era festividad primigenia de enero, pero ahora parece ser que se ha trasladado a la segunda semana del mes de mayo, concretamente al día 10. Aunque la feligresía teldense la sigue celebrando en su fecha original.
La actual talla de San Amaro de la Basílica teldense necesitaría, como otras tantas de este sagrado lugar, un estudio en detalle y una búsqueda de la pigmentación original, ya que mucho nos tememos fuera repintada en el primer cuarto del siglo XX, siguiendo las obsesivas órdenes del cura párroco de entonces, que veía en la supresión de los dorados y en el reino del negro un acto de loable sobriedad monástica. Así mismo deberían ser tratadas las telas engomadas que forman sus vestimentas, dañadas por el pasar de los años.
Cuando vayamos a visitar la Basílica de San Juan Bautista, santuario del Santo Cristo de Telde, no estaría de más que por unos minutos fijemos nuestra vista en San Amaro, devoción centenaria de gran arraigo popular.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.






















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