(Dedicado a la imperecedera memoria de mi buen amigo y excelente poeta, el agaetense Sebastián (Chano) Sosa Álamo (1931-2022).
Cuando comienzo el siguiente relato, temo que mi memoria no sea tan buena como creo y me juegue alguna que otra mala pasada. No obstante, sigo adelante con mi propósito inicial, que no es otro que compartir con todos ustedes una de las experiencias vitales más esenciales de mi existencia.
Hace algún tiempo, tal vez mucho más que lo que soy capaz de recordar, un grupo de jóvenes guiados por nuestro profesor de Lengua y Literatura Española, el siempre recordado y admirado, don Manuel Mayor Alonso (1933-2014), nos encaminábamos por las calles de la Zona Fundacional de Telde para realizar un Recorrido Literario a través de las casas de los distintos poetas que conformaron, a finales del siglo XIX y principios del XX, la ahora denominada Escuela Lírica de Telde.
Don Manuel, con su voz grave y porte caballeroso, iba al frente de aquella procesión estudiantil ejerciendo de maestro de ceremonia. Al salir del instituto, alguien le comentó: ¿Cómo se atreve usted a hacer una actividad de esa índole con tantos jóvenes a su cargo? (antes, la ratio era de cuarenta y cinco alumnos por aula). Nuestro profesor, cargando de autoridad su respuesta, le contestó lo siguiente: ¡Cómo no! Ellos saben de sobra cuáles deben ser sus comportamientos en mi presencia.
En verdad nos sentíamos unos privilegiados por contar con tal docto cicerone. Él portaba en su mano un libro, que pronto adivinamos, contenía un extenso poemario de Saulo Torón Navarro (1885-1974).
Encaminamos nuestros pasos a la cercana calle Pérez Galdós o de Los Baluartes y, allí nos dimos de bruces con la casa en donde vivió gran parte de su existencia un pariente muy cercano de don Manuel, nos referimos al abogado, poeta y dramaturgo Luis Báez Mayor (1907-1941) quien escribiera, entre otros muchos, éstos inspirados versos.
Cuando la aguada zarpa de una traición me hiere,/cuando el dolor se ensaña sobre mi alma, enhebro/el perdón generoso, y el llanto que sugiere,/empapado de sangre, los llevo a mi cerebro.//Por si es gélido el mundo de mi vivir interno,/el corazón les brinda su calidez propicia/y hace una primavera del más terrible invierno/para el zarpazo aleve, que él transformó en caricia.//A un surtidor sidéreo robó una melodía;/la depuró el crisol de mi melancolía;/quitó riendas y frenos a la imaginación;/libó un sueño balsámico de mis sueños diversos,/¡y engarzó en el aljófar musical de mis versos,/lo mismo que una perla roja, mi corazón!//.
Sin que nadie nos indujera a ello, golpeamos las palmas de nuestras manos y rendimos tributo en forma de sonoros aplausos a este poeta de vida tan azarosa como bohemia.
Sólo tres casas más abajo y en la misma acera, nos encontramos con la longa fachada de la casa-botica de doña María del Pino Suárez y su esposo don Isidro Santana (antes, domicilio particular de don Carlos Evangelista Navarro Ruíz, patriota y prócer; Telde, 1860 - Las Palmas de Gran Canaria, 1947), en ella vivió la hermana poeta de aquella, la inolvidable Hilda Zudán (Mireya Suárez López, Telde 1919- En algún lugar de Argentina-Uruguay, sin fecha documentada). Poeta y articulista, dejó para la posteridad estas líricas palabras en prosa:
(…) Allá… por la carretera al volver un recodo véase la magnífica vista de ese pueblo de mis amores. Es bella, bellísima. Parece una isla de verdura. Aquí y allí salpicada por verdes variados, por copos verdes de arbustos arropados… los trigales ofrecen a mi cielo lechoso sus espigas tiesas y reverdecidas.
Las casas cual blancas palomas forman un bello conjunto: se ofrecen en grupos en parleras bandadas y luego como sumergiendo entre campos verdes se alzan las blanquísimas gañanías, los establos, los pacíficos albergues de los laboriosos cultivadores de los campos.
Tiene mi pueblo un aspecto bello. Parece surgido de entre peñascos volcánicos, de campos misteriosos, como una sonrisa primaveral.
Oído ésto, los aplausos brotaron espontáneos. Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de nuestro docente e inmediatamente recuperado de la emoción pasajera, nos llevó calle abajo hasta la casa de otro poeta, en este caso la de Patricio Pérez Moreno (1912-1986), que se encontraba al inicio de la otrora rúa Defensores del Alcázar, trocada actualmente en de los Sabandeños. Allí, ante su amarilla fachada de zócalo gris, una puerta y una sola ventana nos saludaron. Don Manuel tomó una cuartilla mecanografiada y, con voz tronadora y gesto teatral, nos conmovió de nuevo con estos versos…
Aquí otra vez, pinar severo y melancólico;/aquí otra vez, hermano, vagando solidario,/por sus veredas simples/y tus secas torrenteras;/aquí otra vez, viejo amigo, compañero,/que en los días atónitos de la infamia y de la muerte horrenda,/acogiste, enigmático, mi angustia desolada./Si, aquí otra vez, hermano, compañero,/vagando, soñando./Bajo tu verde pupila innumerable.//Suena tu voz profunda/envuelta en mil ecos misteriosos,/y canta en mis sienes el soplo dulce/de un murmullo incomprehensible./¿Qué quieres anunciarme, buen amigo, camarada?/¿Qué mensaje resuena, palpitante,/en esta hora solemne de espera y de recuerdo? (…).
No se hizo esperar el sonoro y prolongado aplauso acompañado éste del suspiro de los más sensibles entre nosotros.
Sin más, hacemos camino a través de la estrecha calle Doramas, introduciéndonos en la Plaza de San Juan y su Alameda colindante por el estrecho callejón, ahora del Dr. Chil y antes conocido por El Osario. Breve descanso para nuestros años inquietos de juventud y después de un cuarto de hora de asueto, a través de la calle Real o antigua carretera del Sur, llegar a la confluencia de ésta con la calle Comandante Franco, en el pasado llamada de la Acequia de Finollo. En una casa pequeña, humilde, de dos plantas y un patio trasero interior, vivió su infancia y primera juventud el gran Fernando González Rodríguez (1901-1972), y de él, estos versos:
Laureles de la alameda/rendidos a la violencia del indomable huracán;/primogénitos augustos de la espléndida arboleda,/el recuerdo sólo queda/ya de vosotros, laureles de la plaza de San Juan.//Ayer, cuando yo era niño, bajo vuestra sombra grata/tuve un amoroso amparo para mis sueños primeros./Bajo vosotros, al viento de la pueril serenata/que puso a mi alma en la ruta de los líricos senderos.//Por vuestro influjo mi alma fue toda ternura sana./La savia de vuestros brazos tengo en mis venas, ardida./¡Fuisteis la risa y el llanto de la olorosa mañana/de mi vida! // (…)
Retomamos nuestro caminar y paso a paso, comentario sobre comentario, pasamos por la antigua Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir de Verona. El olor a la tahona de los Sanabria despierta nuestro apetito, el pan de leña recién horneado, los mantecados y los bizcochos lustrados de pronto se nos apetecen. Alguien, creo que fue mi amigo Juan Oliva, dijo: ¡Don Manuel, don Manuel, déjenos entrar a comprar un dulcito! Y el profesor Mayor Alonso consiente y nos sermonea ¡Vayan, vayan, que no hay nada como tener saciado el cuerpo para que éste no interfiera en las cosas propias del espíritu! Todos volcados sobre el estrecho mostrador, nos arremolinamos pidiendo, los unos una cosa y los otros también.
Seguimos nuestro peregrinar por la antigua Calle Real, hoy en parte, de León y Castillo, hasta llegar al lugar que denominamos “Cuatro Esquinas” y allí, una vetusta edificación erigida a la manera de antaño, se nos presenta como el hogar familiar que viera nacer al gran Saulo Torón Navarro (1885-1974), el poeta del mar y la amistad, que junto a Tomás Morales y Alonso Quesada, forma parte de la más alta cumbre de la poesía insular grancanaria.
Al dejarte, vivienda de mi antiguo respeto,/donde pasé los años más puros de mi vida,/quiero, como homenaje de cordial despedida,/ofrendarte el divino tributo de un soneto.//Bajo la paz augusta de tus viejos maderos/surgió, como un milagro, mi juventud en flor;/en ti soñé las gracias de mi primer amor,/en ti labré el tesoro de mis versos primeros.//Tú guardas en silencio todo el pasado mío;/tu barro es carne mía, que hoy tirita de frío/en este lento viaje hacia la senectud…//Por eso, aunque te deje desolada y desierta,/vendré todas las noches a llamar a tu puerta,/¡a ver si me responde dentro mi juventud!
Tras este momento mágico, entramos por la calle Carlos E. Navarro Ruíz al Barrio Conventual de San Francisco. Sus calles empedradas y algún que otro charco, dejado tras las lluvias de la madrugada, hacen que saltemos de un lugar a otro con cierta algarabía. Llegados a la confluencia de esta rúa con Carreñas y Tres Casa (el ávido lector echará en falta la “s” en el plural de casas, pero lo cierto es que, en la cartela del nomenclátor callejero a alguien se le pasó por alto) , nos plantamos ante la vivienda familiar en donde nació Julián Torón Navarro (1875-1947), el hermano mayor de Saulo. Aquel que le enseñó a amar la Literatura y, muy concretamente, la Poesía.
Surgiendo entre las huertas de tu espléndida vega,/ya en grupos pintorescos o ya diseminadas,/descubre el caminante que a tu recinto llega/tus iglesias y casas de vetustas fachadas,/algún jardín oculto o ruinas olvidadas/ que evocan en la mente cuando el alma sosiega,/historias y recuerdos de edades ya pasadas./Rumor de aguas que corren por desiertas callejas,/paredes, casas, huertas solidarias y viejas/en una quietud triste como de cementerio…/Y al respirar el día, en la penumbra incierta,/te hundes silenciosa, como una ciudad muerta,/envuelta en un ambiente de paz y de misterio.
Volvemos sobre nuestros pasos y salimos de aquellas poco rectilíneas vías, las que más, parecidas a sierpes retorcidas y llegamos de nuevo a las Cuatro Esquinas. Apoyado con su espalda y planta del pie derecho sobre la pared, un hombre enjuto y de no muy elevada estatura, nos mira interrogándose “qué hace tanta juventud suelta por esta zona”. “Un mecánico amarillo” sin filtro se balancea entre sus labios cuando intercambia amigable saludo con nuestro profesor; ¿Qué tal, Alvarito? - Pues mire, don Manuel, apuntalando la pared para que no se caiga. Este personaje a veces típico y siempre atípico es don Álvaro Álvarez Cabrera y, junto a su esposa doña María del Pino Sanabria, han vivido aquí casi toda su vida.
Jóvenes, ¿ustedes saben que no hay gente más mentirosa que la de Telde? ¡Escuchen si no! A este lugar le llaman Cuatro Esquinas, y como pueden comprobar sólo hay dos esquinas en ángulo recto y otras dos achaflanadas. ¡De Cuatro Esquinas nada, dos enteras y dos a mitad. Jajajaja!
Él, por recordar, recuerda al muy estimado Montiano Placeres Torón (1885-1938), y lo llama con admiración don Montiano el Procurador “Don Manuel, ése sí fue un caballero de palabra y tesón”. ¡Qué hombre culto y preparado! Amigo de todos y excelente conversador. Todavía lo recuerdo vestido con un terno canelo (marrón), cortaba negra y sombrero gris ligeramente ladeado, que no se quitaba sino para saludar a las señoras que por aquí pasaban; para los hombres sólo un ligero golpe con el índice y el pulgar en el extremo del ala hacía que aquel se moviera ligeramente hacia arriba ¡Genio y figura hasta la sepultura! Don Manuel le responde: Cuánto recordamos a nuestro entrañable paisano Montiano, hacedor de tantas tertulias, en donde libremente se formó lo más granado de nuestra juventud. Su corazón dio tantos frutos que, un día cansado ya, de repente se paró”.
Junto a la casa de Alvarito está la hoy Casa-Museo de don Fernando León y Castillo Telde, 1842- Biarritz, Francia, 1918), el Cabildo Insular la compró hace años a la familia Artiles, pues era por todos de sobra conocida por ser la casa natal de tan gran político y diplomático, defensor sin igual de la Gran Canaria. Más recientemente, se ha adquirido la siguiente vivienda, en donde pasó muchos años de su fructuosa vida el ya mentado Montiano Placeres Torón. Hace poco que se ha ampliado la biblioteca del museo leonino y los salones montanianos se han convertido en salas de lectura y estudio ¡Qué maravilla! El encargado le dice a don Manuel que ya van por casi seis mil socios y que unos trescientos lectores acuden diariamente hasta allí. Es el momento para declamar unos sentidos versos de Placeres Torón:
Las casas del pueblo,/tendidas/al sol de la tarde,/descansan de la brega del día.//Las hay rojas,/las hay amarillas/y verdes/y blancas/y lilas.//Las hay arrugadas/de tan viejecitas;/las hay que parece/que amenazan ruina;/las hay coquetonas;/las hay que relucen/al sol/de tan limpias.//Hay formado calles/que en zigzag, algunas,/-tal que sierpes vivas-/recorren el pueblo/y vuelven al mismo/punto de partida;/han formado plazas,/rincones,/esquinas,/callejones que tienen entrada/pero no salida…//A vista de pájaro,/el pueblo sería/como la pizarra/grande de la escuela/después de la clase de/Geometría… (…).
Nuestro querido y siempre recordado profesor, nos dice en voz alta ¡Dénme libros y yo cambiaré la sociedad!
Ahora pienso… qué suerte tuve de tener un amigo y profesor de la altura humana e intelectual de don Manuel Mayor Alonso, sin duda alguna, nos cambió la vida. Su amor a la enseñanza de las Artes y, concretamente, de la Literatura abrió nuestros ojos a la Belleza Inmortal.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.






















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.163