Hace unos pocos años, saltó la noticia, siendo publicada en la mayor parte de los rotativos del país: se iban a publicar, por primera vez las cartas de amor entre doña Emilia Pardo Bazán y don Benito Pérez Galdós. Muy pronto se hizo viral en las redes, y todos hacían comentarios sobre la relación amorosa de la escritora-escritor, aunque jamás hubiesen leído ni a uno ni a otro. En los corrillos de la Villa y Corte, así como en las tertulias provincianas, desde los empresarios de cuello duro y corbata hasta las Kelis y los obreros mecánicos de mono azul, todos querían opinar ¡Qué país de cotillas!
Un buen amigo, a la sazón también profesor de la Universidad de La Laguna, me comentó entonces: ¿Te has fijado? Los tiempos han cambiado, las gentes no tanto. Sólo hemos trocado la acera y el patio vecinal por las tertulias radiofónicas o televisivas. Lo privado se convierte en público de la manera más inesperada y el morbo está servido, con tal de inmiscuirnos en actitudes y sentimientos del prójimo.
El interés fue tal que pronto aparecieron algunos libros en donde prestigiosos investigadores ahondaban en el asunto. De ahí el salto a otros epistolarios. Cambiando de protagonistas, pero con el mismo malsano interés social. Hemos de confesar que también hemos participado de ese novelero proceder y alguna que otra epístola amorosa de personajes de reconocido prestigio, han caído en nuestras manos y procedimos, en su momento, a leerlas.
Hecha la confesión, en nuestro descargo podemos decir que no nos importó tanto lo que decían como la forma en que lo hacían, pues cada época tiene su forma peculiar de expresión hablada y escrita.
Cuando nuestros abuelos y padres auguraban la irremediable pérdida del uso de la escritura entre los jóvenes de nuestra y sucesivas generaciones por el uso indiscriminado del teléfono, miren por donde, llegaron los feisbus (Facebook), los instagrames (Instagram), los correos electrónicos y para rematar, los wasaps (Whatsapp)… ¿Y ahora qué? Pues, podemos afirmar que nunca se ha escrito tanto como en estos momentos. Una vez más los augurios sobre el proceder de las gentes se da de bruces con la realidad.
Nosotros, empeñados en desempolvar el pasado, hemos traído hasta aquí el resultado parcial, eso sí, de nuestros casi cuarenta y cinco años de investigación en algún que otro archivo documental. Por motivos laborales, tuve que clasificar el Epistolario del político y diplomático español don Fernando León y Castillo. En ese caso, como en otros, me di cuenta que cuando esas colecciones de cartas llegan a nosotros, previamente alguien, en su mayor parte familiares, ya se han entretenido en expurgarlas, haciendo desaparecer aquellas misivas que, por íntimas, pudieran ser comprometidas para la buena memoria del personaje en cuestión.
Pero miren por donde, el otro día, a través del watsapp, mi buen amigo Juan Diego Álvarez Pastrana me envió una imagen concerniente a una carta de amor escrita por su abuelo y dirigida a su abuela. En ella, don Juan Álvarez, que así se llamaba el autor de la misiva, confesaba su más tierno amor a su Apreciable Dolores Peña. Fechada en nuestra ciudad el 28 de mayo de 1871, muestra en todo, un preciosismo en alto grado: papel de calidad, distribución centrada en cuanto al encaje del texto y virtuosismo en la caligrafía. El tono y la forma de expresarse no puede ser más correcto, siguiendo las normas de urbanidad preestablecidas, y logrando un resultado en todo excelente. Llegados a este punto, podríamos pensar que don Juan Álvarez, al componer dicha declaración, quiso pasar a la Historia, pero nunca más lejos de la realidad. Él sólo pretendía dar comienzo formal a su particular historia de amor.
Volvamos la vista hacia el cancionero y veamos algún que otro ejemplo relevante de lo que han significado las cartas de amor para el común de los mortales. Jorge Negrete interpretaba a las mil maravillas una popular canción titulada así: Carta de amor, y cuya letra reproducimos seguidamente: Carta de amor que tu blanca mano escribió y que mi esperanza llenó de ilusión. Carta de amor dulce mensajera de luz, página bendita de tu corazón. Carta de amor que nuestros destinos unió y como una flor perfumó mi dolor. Ella será mi fiel relicario de amor, mi más tierna y santa oración… Carta de amor.
Rebuscando entre las cosas familiares he encontrado varias fotocopias de antiguas postales en las que don Miguel Colorado D’Asoy le declara su amor a la poetisa grancanaria Ignacia de Lara Henríquez. Con bellísima grafía, ya en prosa o en verso, el por entonces joven y prometedor militar (era Oficial del benemérito Cuerpo de la Guardia Civil) le dedica un rosario de dulces palabras, reflejo de sus sentimientos y pensamientos. Eso sí, tratándola en un principio de usted y de estimada señorita; pasando con el tiempo a Mi entrañable y siempre recordada amiga; para terminar, encabezando otras tantas con Mi muy estimable Ignacia y también, ya de casados ponerle al comienzo del texto Mi más tierno amor.
Otra familia teldense de la que guardo el anonimato, por indicación de uno de sus miembros, me hizo entrega, hace algunos años, de una fotografía de un caballero con levita y mostacho. Había sido retratado por el célebre Ojeda, reconocido operario de fotografía radicado en Las Palmas de Gran Canaria, pero que un domingo al mes, se acercaba hasta la plaza de Los Llanos de San Gregorio, a la sazón Plaza de Mercado y allí, alquilaba un zaguán convertido por horas en un improvisado estudio fotográfico. Volviendo al retrato en cuestión, éste en el reverso tenía escrito: Mi muy Estimable Señorita: perdone Usted mi atrevimiento, espero no ofenderla. Pues ésta no es mi intención. Me dirijo a UD. Con el único fin de ponerme a sus pies y suplicarle me admita cortejarla, con permiso de su Señor Padre al que tengo en alta consideración. Sólo me mueve el Sacrosanto fin del Matrimonio, le expreso mi admiración. Suyo siempre Maximino (…).
Avanzado el tiempo y ya en 1936 hasta final de la Guerra Civil en abril de 1939, las cartas de amor se multiplicaron por cien o tal vez por mil. Las novias y los novios se escribían mostrando así la parte más tierna de esos tiempos bélicos. Si bien muchos combatientes de ambos bandos habían dejado compromisos, más o menos formales, en sus localidades de origen, no fueron menos numerosas los llamados Novios y Novias de Guerra, que escribían a verdaderos desconocidos con el fin de darles alientos en aquellos aciagos días. Recuerdo ahora como la poeta doña Pino Blanco Jardín me contaba, con toda suerte de detalles, las epístolas que ella intercambió con algún mozo del frente de Aragón. Igual pasó con varias hermanas Arencibia Gil, que tanto empeño pusieron en la labor que llegaron a contraer matrimonio con sus interlocutores, uno español y el otro italiano.
En Telde, nuestra generación supo de Viudas de Guerra, las hubo verdaderas, pues estaban casadas con el soldado, suboficial u oficial que cayó combatiendo, pero también hubo Novias de Guerra, que al haberse prometido con el militar en cuestión guardaron luto como si de verdaderas viudas se tratara.
Las cartas de amor fueron decayendo con el tiempo, aunque en la centuria pasada y hasta que irrumpió en nuestras vidas Radio Ecca, el alto número de analfabetos/as hacía necesario el oficio de escribano, persona ésta que por su habilidad a la hora de escribir y redactar, se prestaba por unas pesetas a transmitir los supuestos pensamientos y sentimientos a la novia/o, que esperaba anhelante tal comunicación. Las cartas escritas en diferentes calidades de papel podían guardar algún que otro guiño de verdadera pasión. Así las novias se ponían carmín en los labios y besaban las misivas muy cerca de la firma y rúbrica. Las había que perfumaban el papel, fuera el de la carta en sí o del sobre. Este último también podía guardar en su interior, desde fotos, hasta dibujos pasando por flores secas.
Hoy en día, la tecnología y la inmediatez con que deseamos hacer y tener todo, ha hecho que se utilicen medios tales como: los whatsapp y los correos electrónicos, medios éstos tan efímeros que sólo apretar una tecla no prevista o sufrir cualquier otro imprevisto, borraría irremediablemente el testimonio literario de nuestro amor.
Sírvanos este consejo, dado por don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, Cura Párroco que fue de San Juan Bautista de Telde. Este hombre de mente despierta y sagaz inteligencia, nos dijo más de una vez: Señor Cronista, las cosas serias, siempre por escrito, con buen papel y mejor tinta.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
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