(Dedicado a doña Nilia Bañares Baudet).
A mitad de los años sesenta del pasado siglo XX, el polifacético artista José Arencibia Gil (Las Palmas de Gran Canaria, 1914-Telde, 1968) aconsejó al por entonces alcalde de la ciudad don Sebastián Álvarez Cabrera, de grata memoria, que asumiese como suya la vieja aspiración que para el barrio de San Francisco tuvo el gran Néstor Martín Fernández de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria, 1887-1938): convertir a este lugar en un verdadero museo al aire libre. Su soñado Pueblo Canario no se pudo hacer realidad en Telde. La mezquindad de las autoridades civiles republicanas (locales- cabildicias) y eclesiásticas (episcopales- parroquiales) impidieron por todos los medios que tal proyecto saliese adelante.
Con anterioridad, a finales de la década de los cuarenta, el mismo artista había elaborado un proyecto algo más ambicioso, ya que su campo de acción se extendía a la totalidad del municipio. Presentado éste al también alcalde don Juan Ascanio, lo aceptó en su globalidad. El Ayuntamiento de Telde poseía ciertos caudales monetarios procedentes del Mando Económico de Canarias que, a manera de pequeño Plan Marshall, dirigía el Capitán General de Canarias, don Francisco García Escámez. Así se remodeló el llamado Parque de Aráuz, también conocido por de León y Joven y actualmente llamado de Franchy Roca. La Plaza Parroquial de Los Llanos de San Gregorio, sufrió una transformación total y su aspecto cambió, pareciéndose en mucho a la que hoy podemos ver. También se construyó la Plaza de doña Rafaela Manrique de Lara, en la Urbanización Ascanio-Manrique de Lara muy cerca de los antiguos Picachos. Otras construcciones se llevaron a cabo en aquellos años: la Plaza del Mercado, prototipo de edificación neocanaria obra del arquitecto tinerfeño Marrero Regalado y el edificio que albergaría el Centro de Enseñanza Primaria Fernando León y Castillo, éste último, una mezcla de barroquismo y neocanarismo.
A fin de allanar el camino para la más que posible declaración de Conjunto Histórico-Artístico para la Zona Fundacional de la Ciudad (establecido a partir del Real Decreto 1121/1981, de 6 de marzo), se acometió un ambicioso plan de rehabilitación y mejora de los barrios de San Juan y San Francisco. Aunque bien es cierto que gran parte de lo proyectado no se llevó a cabo o se modificó según apetencias de la propia institución municipal, debemos ser justos a la hora de evaluar lo realizado. Las entradas norte y sur de la ciudad (la primera de ellas junto al Puente de los Siete Ojos y la segunda en el Lomo del Cementerio de San Gregorio), fueron señaladas por sendos monolitos de mampostería de aproximadamente unos tres metros de altura, en cuyos anversos y reversos se colocaron altorrelieves, que en cantería gris de Arucas, representaban un pseudo-escudo de la ciudad jamás admitido por la Real Academia de La Historia y otro representando el As de Flechas y el Yugo, símbolo del llamado Movimiento Nacional. Asimismo, en un alarde creativo, en la rúa de acceso a la urbe por su parte norte, se realizaron muros a manera de balaustradas con parterres, alternando estos últimos con pequeñas estructuras ovoides del llamado por entonces estilo neocanario. Algunos altos tapiales fueron coronados con almenas y tejas, haciendo de esta vía un lugar altamente clarificador de su pasado.
En aquel momento, Arencibia Gil, después de un estudio pormenorizado de nuestra arquitectura popular, se decidió por dos colores: el blanco y el gris humo, así todos los paramentos o muros se albearon y a los parterres se les dio aquel tono grisáceo sin más. La sobriedad y sencillez fueron la tónica general, ligeramente violentada por la floresta multicolor, que tuvieron en los geranios su seña de identidad. Entre parterre y parterre se colocaron tallas de barro cocido, que a su vez contenían algunas plantas autóctonas tales como: la Tabaiba y el Cardón.
El Barrio de San Francisco, antaño Santa María de La Antigua, fue sometido a la homogeneidad cromática. Un concienzudo estudio realizado por el propio José Arencibia pronto dio sus frutos. Eligiendo varias paredes y extrayendo con sumo cuidado las diferentes capas de albeo, todas arrojaron el mismo resultado: La primera capa, es decir la más superficial, podía tener una más que notable variedad en el color. Las había morado inglés, azul añil, amarillo gofio y hasta las había de color rosa. Pero después de levantarlas todas (las capas de albeo) irremediablemente aparecía el blanco, bien en su estado original o ligeramente oxidado. Arencibia Gil entonces, vino a demostrar que primigeniamente las paredes exteriores y también interiores de las casas del barrio habían sido blancas, y por lo tanto, de clara filiación mudéjar. Llegado a esa conclusión, hizo decretar al M.I. Ayuntamiento que a partir de entonces todas las paredes y tapiales del lugar fueran albeados con cal pura, sin tintes de ninguna especie.
Algo por el estilo hizo con los elementos de carpintería allí existentes (puertas, portalones, ventanas y postigos). En este caso, los resultados finales fueron menos laboriosos de conseguir. Llegándose a la conclusión de que la madera en estado natural y sobre barnizada o simplemente tratada con aceite de teca, era menos abundante que la pintura. Tal vez, la economía doméstica se imponía, una vez más, de manera radical. Los barnices en todas sus gamas suelen ser más prontamente castigados por las inclemencias atmosféricas (cambios de temperatura, viento, lluvia, sereno y sol) Y ante su deterioro había que volver, una y otra vez, a hacerle el tratamiento adecuado. En cambio, con la pintura todo era más fácil, ya que ésta en sí tenía un poder de resistencia muchísimo mayor. El canelo (marrón oscuro), el verde oscuro, hoy falsamente llamado (de Lanzarote), el morado o rojo matizado con marrón, fueron los más utilizados. Sí es cierto quel verde en un principio se reservó para portalones de grandes dimensiones, éstos existentes en las entradas de huertas-jardines, cercados y fincas. Aquí debemos reseñar que en las ventanas y sobre la masilla o masa que de forma perimetral sujetaba los cristales, se sobrepintada de blanco.
Hasta aquí todo correcto. Bien es cierto que se permitió, en algunos edificios de cierta nobleza tales como: la propia Iglesia Conventual y la llamada Casa del Pino, antiguo Cuartel de la Guardia Civil, la disposición de un falso zócalo pintado de color gris humo. En estas edificaciones, el elemento embellecedor del zócalo ocupaba solo un metro o un metro con treinta y cinco de altura a los pies mismos de la edificación.
En el Barrio de San Juan estos falsos zócalos, siempre de color gris humo fueron más abundantes, pues así lo reclamaba la nobleza de los edificios. Los ejemplos sanjuaneros, superan con creces el medio centenar. La variedad estilística de las edificaciones del barrio matriz de la ciudad (San Juan), hicieron que en ella la disparidad cromática fuera mayor. Si bien se reservó la blanca cal para los edificios de arquitectura tradicional, fueran éstos cubiertos por terrazas-azoteas o tejas árabes. No es menos cierto, que en construcciones neoclásicas, historicistas, modernistas y racionalistas, se empleó toda suerte de colores. Advirtiéndose un gusto exacerbado por los llamados “de pastel”. Éstos, amarillos, azules, verdes, grises… eran rebajados para que su impacto visual fuera lo menos agresivo posible.
Y así fueron sucediendo las cosas hasta bien entrada la década de los ochenta del pasado siglo XX. Es más, en los siguientes años se llevó a cabo una restauración sistemática de antiguos edificios de la zona, en los que no sólo se pintaron sus fachadas, sino que además, se repusieron balcones de tea de gran prestancia, lo que sin duda contribuyó a ennoblecer, aún más, las calles y plazas de esta parte señera de la noble y antigua Ciudad de Telde.
Nadie se atrevió entonces a contradecir las normas del buen gusto y contaron con el aplauso generalizado de la sociedad teldense, no hizo sino dar la razón a esa rehabilitación, llevada a cabo por el entonces Concejal de Patrimonio don Antonio Benítez Sanabria, quien contaba con la muy estimable dirección técnica del arquitecto don Diego Pastrana Álvarez. Y tras ellos, una decena de mujeres y hombres que conformaban la por entonces llamada Comisión Local para la Defensa del Patrimonio Histórico-Artístico de Telde.
En esos años, por falta de tiempo que no de ganas, faltó la redacción de una normativa sobre cómo se debía actuar sobre el Conjunto Histórico Artístico desde el punto de vista estético. Así hubiésemos evitado la proliferación de anuncios lumínicos y otros que machacan de forma descarada bellísimos frontis. También hubiésemos parado a aquellos que pintorrean sus casas con una agresividad tal que parece como si en ello les fuera la vida, y sin encomendarse a Dios ni al diablo, no sólo nos regalan estridentes colores, sino que además colocan ciertos iconos, como lo hizo de forma clandestina una guardería infantil en la antigua calle Real, y que aun hoy, permanecen por la nula acción correctora de nuestro consistorio.
Para más inri y creo que en esto somos únicos en todo el Archipiélago, al menos eso quiero pensar, las entradas y salidas de esta ciudad se han convertido en un verdadero centro experimental como campo de batalla de las ideologías políticas. Si el gobierno es de unos: el blanco y el azul. Si es de otros; el verde y blanco… No creo que a nadie se le ocurra, si en un futuro llegan al gobierno de la ciudad, a pintar los paramentos de blanco y rojo o morado.
Este Cronista, siempre guiado por la razón, que huye de la sinrazón, pediría a nuestros munícipes que, más pronto que tarde, se dejaran aconsejar por técnicos en la materia y elaboraran una carta de colores para la ciudad toda y en especial para el Conjunto Histórico-Artístico de su Zona Fundacional, así como para los edificios que forman parte de los catálogos de Bienes de Interés Cultural o Etnográficos. Y ya que estamos corrijamos el vandalismo, anteriormente mentado de la publicidad en esos mismos espacios.
Una vez más, la estética es fiel reflejo de la ética. El ciudadano no entiende, ni entenderá, cómo los defensores de lo público muestran tan grado de mezquindad a la hora de tomar decisiones basadas en intereses particulares y no comunes.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
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