No podemos dudar que la escritura fue un invento extraordinario y un avance sin parangón en la Historia de la Humanidad. Tal es así, que la propia Historia tiene su nacimiento a raíz de que se pudo relatar por escrito los hechos acontecidos a las sociedades.
Para que exista Historia deben confluir tres elementos: el espacio, el tiempo y el ser humano (Dr. D. Domingo Martínez de la Peña y González, dixit). De faltar alguno de los dos primeros podría darse el relato histórico, pero el tercero es del todo imprescindible. Una mano ejecutora debe mover la cuña, caña, pluma y más recientemente el bolígrafo o el rotulador para dejar constancia de aquello que se desea recordar.
Antes, mucho antes del invento de la escritura (ocurrida en torno al 5500 A. C. aproximadamente) ya los hombres eran conscientes de la fugacidad del tiempo y de la necesaria huella que ellos, privilegiados seres de la naturaleza debían dejar para la posteridad. A ciencia cierta no podríamos decir que las pinturas rupestres, bien las realizadas en el fondo de profundas cuevas o en pequeños abrigos junto a ríos y arroyuelos fueran obras exclusivas de varones, pues la Etnografía posee innumerables ejemplos de que tales trabajos fueron realizados, a veces, por mujeres iniciadas como sus varones en ritos mágico-religiosos.
Primero la piedra, después el barro cocido, algo más tarde el papiro, el pergamino y mucho después el papel, fueron soportes en donde quedaban plasmados sueños y realidades, imaginadas o sentidas. Así, hoy nos podemos acercar a aquellas otras gentes de los más diversos lugares y tiempos pretéritos. Para la civilización occidental el descubrimiento de la Piedra Rosseta por los sabios napoleónicos marcó un antes y un después en la lectura del mundo egipcio y, a través de éste, de las noticias caldeas, sumerias, hititas, asirias, persas, etc.
Ahora bien, hace ya miles de años que junto a la escritura llamada “oficial”, existió otra más libertaria o si prefieren apócrifa. En los grandes templos de la antigüedad junto a las pomposas inscripciones que recordaban a Ramsés II o a Alejandro Magno, se podían ver otras tantas, que rezaban: aquí estuvo Filippo hijo de Salomé ó Artates, caballerizo del Rey. De lo que se deduce que la gente común también sentía la necesidad de inmortalizar su paso por esta vida.
Demos un salto en el tiempo y situémonos frente a cualquier pared o paredón, tapia o elemento similar en cualquier ciudad del mundo y, si queremos señalar ¿por qué no? En Telde y, concretamente, en algunas de las calles del Barrio de San Francisco. En ellas han aparecido, desde el verano pasado hasta ahora, numerosos grafitis o pintadas de las más diversas formas, tamaños, colores e intenciones literarias. Por no repetir las más sobrepasadas, reseñemos solo dos ejemplos: uno reza, estos son mis cojones, junto a un pene y a unos testículos de enormes dimensiones y, el otro aludiendo a la españolidad del lugar dice: ¡Arriba España! Zona Nacional, acompañado todo ello de una repugnante esvástica. Las cuentas de este rosario son casi interminables, algunos escriben en inglés y a otros les diría la gran Lola Flores: No te entiende ni la madre que te parió.
¿Qué tienen en común todos ellos?: el desprecio absoluto a la arquitectura de nuestro Conjunto Histórico-Artístico Nacional, que hasta hoy de nada le ha servido la protección, que según la ley de Patrimonio, debiera disfrutar. A San Francisco no llegan los agentes del orden público, así todas las tardes sobre las 19 horas aproximadamente y hasta las 23 horas, un grupo numeroso de jóvenes se acerca a la plaza conventual para echarse unas risas y consumir algunas botellas de agua espiritosa. ¿Son éstos los culpables de la suciedad grafítica de nuestro barrio? No y mil veces no.
Ellos a lo sumo, aparcan indebidamente los coches en los lugares reservados para los sufridos vecinos del lugar. ¿Quiénes son entonces esos fugaces artistas que nos mantienen el barrio con un aspecto caótico y tercer mundista? Si lo supiéramos ya los hubiésemos denunciado.
Pero no estaría de más que por aquí se acercase de vez en cuando la Policía Local o la Nacional y, en medio de esas visitas, alguna que otra cuadrilla de pintores de lo blanco que, organizados por la Concejalía de Patrimonio Histórico, una y otra vez albearan la joya de la Corona, aquella que es bandera de nuestro municipio en las grandes ferias nacionales e internacionales del turismo. Amén, que para los que no entiendan el latín significa así sea.
Antonio María González Padrón es historiador, cronista oficial de la ciudad e Hijo Predilecto de Telde.
Nota de redacción: Este comentario podrá escucharse en formato audio en TELDEACTUALIDAD RADIO todos los días a las 20.00 horas.
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